lunes, 27 de junio de 2016

Primeras egresadas de la ESCUELA NORMAL SUPERIOR Nº 5 "Gral Don Martín Miguel de Güemes" 1908. (Archivo General de la Nación).

Primeras egresadas de la ESCUELA NORMAL SUPERIOR Nº 5 "Gral Don Martín Miguel de Güemes" 1908. (Archivo General de la Nación).

Templarios: la sangrienta defensa de San Juan de Acre durante la última Cruzada El 5 de abril de 1291 los «Pobres caballeros de Cristo» lucharon contra un gigantesco ejército musulmán liderados por Guillaume de Beaujeu por MANUEL P. VILLATORO

Hablar de los templarios es hacerlo también -y de forma irremediable- de sus mitos y sus misterios. De su leyenda negra y del ocultismo que les rodea. Sin embargo, la realidad es que fueron una orden formada pormonjes guerreros que destacaron por su arrojo en decenas de batallas. Una de ellas fue, precisamente, la defensa de la última ciudad cristiana de envergadura en Tierra Santa: San Juan de Acre.

Y es que, el 5 de abril de 1291 los «Pobres caballeros de Cristo» se vieron obligados a defender esta región ubicada en la actual Israel de ungigantesco ejército musulmán. Semanas después perdieron la urbe, la batalla y la guerra. Con todo, no perdieron su honor, pues lucharon espada en mano hasta la última gota de sangre liderados por Guillaume de Beaujeu, su Gran Maestre.

Un nuevo Gran Maestre
«Guillaume de Beaujeu, ese es tu nombre. Tienes 40 años y acabas de ser nombrado Gran Maestre de la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo este 25 de marzo de 1273. Fuiste en otro tiempo comendador de Trípoli y de Apulia. Pero la tarea que acometes ahora no tiene comparación con aquellas. Debes proteger las escasas tierras que quedan a los Templarios en Tierra Santa, cada vez más virgen de cruzados. El estandarte de tu orden apenas ondea ya en algunas regiones como Sidón, pero has jurado proteger a los peregrinos que emigran hasta la zona en la que vivió Jesucristo para expiar sus pecados, y lo harás hasta tu muerte».

Cuando Guillaume de Beaujeu fue elegido Gran Maestre de la Orden del Temple la situación no podía ser peor para los cristianos en Tierra Santa. Todo había comenzado en 1187 con la pérdida de la ciudad de Jerusalén -sagrada para los cristianos por ser en la que murió Cristo- a manos de Saladino. A partir de ese momento las derrotas se generalizaron en territorio cristiano.

Primero cayó la ciudad de Antioquía en 1268. Luego fueron las fortalezas de Chastel Blanc, el Krak y Monfort en 1272 (todos importantes enclaves de los cruzados). Para terminar 16 años después -en el marco de una nueva ofensiva musulmana- le tocó el turno a Trípoli. Poco podían hacer los cristianos para resistir aquella avalancha militar. De hecho, tan solo lograron llegar a un acuerdo (una tregua) para evitar que los hombres de la media luna atacasen Acre. Una ciudad ubicada a orillas del Mediterráneo en la que residían las principales órdenes religiosas y militares.
Acre, el nuevo reino de los cielos
«Ya han pasado 13 años desde que fuiste nombrado Gran Maestre. Tus posaderas se asientan en Acre Guillaume, la última gran ciudad cristiana en una región en la que antes la enseña con la cruz se extendía hasta donde abarcaba la vista. La tregua con el enemigo es precaria. Sabes que no durará mucho. Pero contra más tiempo se evite la lucha, menos sangre cruzada se derramará en la arena. Se que intentas mantener la paz, pero hay algo contra lo que ni tu podrás luchar: los pendencieros cruzados italianos».

En 1290 los cristianos se esforzaban por no romper la tregua con los musulmanes. Y no porque no quisieran, sino porque sabían que enfrentarse al poderoso ejército del sultán significaría la destrucción. Sin embargo, el destino quiso que ese mismo año desembarcara en Acre una partida de cruzados italianos que fueron definidos como bebedores, revoltosos y difíciles de mandar.

Desesperados por no conseguir riquezas, los recién llegados faltaron a su honor robando y asesinando a multitud de mercaderes musulmanes en la ciudad. La situación fue aprovechada por el Sultán Qalawun, que armó un ejército de 160.000 infantes y 60.000 jinetes para tomar, de una vez por todas, Acre. El 5 de abril Al-Ashraf (nombrado líder tras la muerte de Qalawun) posicionó a sus tropas frente a la ciudad. La batalla iba a comenzar y los cristianos, viendo el contingente que llegaba a sus puertas, eligieron a Guillaume de Beaujeu para dirigir las defensas.
Comienza la batalla

«Poco puedes hacer ante un ejército musulmán tan grande Guillaume. Apenas tienes a 20.000 valientes bajo tus órdenes. Y sumando entre ellos a tus caballeros templarios y a los hospitalarios. Muchos de ellos temblando por el repicar de los tambores enemigos. Pero deberás defender los muros de Acre hasta tu último aliento si quieres ganarte un lugar en el Paraíso. Prepárate para la batalla. Será la última en la que blandas tu espada».

El día 7 comenzó el asedio musulmán, cuyo ejército se apoyó en sus máquinas de guerra para, en menos de un mes, atravesar la primera muralla y llegar hasta la Torre Maldita, una de las defensas más destacadas. El 16 de mayo fue tomada la Torre del Rey, lo que dejó el paso franco a los hombres del sultán para lanzarse en tromba contra la muralla interior de la ciudad dos días después. La última defensa correría a cargo -principalmente- de los Templarios y su Gran Maestre.

«Apenas acaba de salir el sol y los musulmanes ya han disparado el fuego griego y han arrasado las murallas con sus arqueros Guillaume. La carga ha comenzado y la lucha es encarnizada. Atento a tu izquierda, esas espadas árabes son rápidas y pueden acabar contigo en un santiamén. Si, lo que oyes es cierto. Los hombres del sultán están a punto de atravesar la puerta de San Antonio. Ya puedes correr con un puñado de tus hombres o la ciudad caerá».
La muerte de un héroe
Al acudir con un venablo a la puerta de San Antonio, el Gran Maestre recibió el impacto en la axila izquierda de una flecha envenenada. La herida le causó unos daños tan severos que tuvo que ser trasladado por varios de sus hombres hasta el cuartel de su orden. Murió por la noche, a los 60 años. Por suerte, sin ver cómo sus enemigos tomaban y saqueaban Acre.

«”Señores, no puedo más, pues muerto estoy”. Esas han sido tus últimas palabras antes de morir Guillaume. Pero no te preocupes, tienes mi bendición para entrar en el paraíso como gran valedor del Temple. Te lo dice tu Señor».

http://www.abc.es/historia/abci-templarios-sangrienta-defensa-san-juan-acre-durante-ultima-cruzada-201604060333_noticia.html

Balduino IV, el rey «cara cerdo» y «maldito» que humilló a un ejército musulmán con 500 cruzados Recordado como uno de los grandes adalides de la cristiandad en Tierra Santa, este monarca murió a los 24 años por culpa de la lepra, una enfermedad que sufría desde su infancia por MANUEL P. VILLATORO

Balduino IV, el rey «cara cerdo» y «maldito» que humilló a un ejército musulmán con 500 cruzados.
Recordado como uno de los grandes adalides de la cristiandad en Tierra Santa, este monarca murió a los 24 años por culpa de la lepra, una enfermedad que sufría desde su infancia.
Fue educado desde su infancia para ser rey y suceder a su padre comosoberano de Jerusalén -la ciudad de mayor importancia para los cruzados en Tierra Santa en el siglo XII-. Sin embargo, Balduino IV no pudo poner en práctica durante mucho tiempo las lecciones que sus maestros tan sabiamente le habían impartido. Y es que, murió con apenas 24 años aquejado de lepra, una enfermedad que -por aquel entonces- era considerada una maldición divina que caía sobre los pecadores que habían ofendido a los cielos. Con todo, y a pesar de que solo pudo sentar sus reales posaderas en el trono durante 10 años, tuvo la oportunidad de librar grandes batallas en las que su mano llena de llagas empuñó la espada contra los musulmanes. La más famosa fue la de Montgisard, en la que -con apenas medio millar de jinetes y unos pocos miles de infantes- hizo huir al gigantesco ejército del sultán Saladino, formado por unos 30.000 hombres.
Esta victoria no le sirvió para librarse de la lepra ni de su apodo más conocido: el de «rey cerdo». Un mote que había sido extendido después de que su enfermedad le hiciese perder los dedos de los pies y las manos, le deformase la cara y se «comiese» su nariz. Para entonces, además, su cuerpo era incapaz de sentir el dolor provocado por un corte o el contacto con el fuego, un síntoma clásico de su particular maldición.
Con todo, fue un soberano sumamente querido por sus súbditos e, incluso, por el enemigo. Así queda claro cuando se leen los escritos árabes de la época: «A pesar de la enfermedad, los francos [los musulmanes llamaban a todos los cruzados francos] le eran fieles, le daban ánimos y contentos como estaban de tenerle como soberano trataban por todos los medios de mantenerle en el trono, sin prestar atención a su lepra». Estos primeros días de abril, durante el 735 aniversario de la toma de Acre (la última gran ciudad cruzada en caer en Tierra Santa) queremos recordarle como el gran líder que era.

Una maldición divina
En la Edad Media la enfermedad que padecía Balduino IV era consideradauna maldición enviada por Dios para castigar a los pecadores. Así queda claro en la misma Biblia, donde son múltiples los ejemplos en los que el Señor escarmienta a algún ser humano enviándole lepra. Uno de ellos fueUzias, a quien se define en el libro sagrado como descendiente de Salomón. «Tuvo ira contra los Sacerdotes y le brotó la lepra en su frente, y al mirarlo el sumo Sacerdote vio la lepra en su frente, y así el rey Uzias fue leproso hasta su muerte. Lo sepultaron con sus padres en el campo de los sepulcros reales pero fuera de ellos porque dijeron: 'leproso es'», señala el libro sagrado.

No obstante, estas venganzas divinas suelen aparecer en el Antiguo Testamento. En el caso del Nuevo Testamento, por el contrario, esta dolencia sirve como excusa para justificar los milagros de Jesús, a quien se le atribuye la capacidad de «limpiar» (literalmente) a varios afectados.
Pero... ¿Hasta qué punto la lepra era considerada una aberrante maldición? La respuesta la ofrece la historiadora experta en la rama de salud Diana Obregón Torres, quien explica pormenorizadamente en su obra «Batallas contra la lepra: estado, medicina y ciencia en Colombia» el estigma que suponía para todo aquel que la padecía. «La lepra era una enfermedad tanto del alma como del cuerpo. Algunos padres de la Iglesia relacionaban pecados específicos con enfermedades específicas. La lepra se asociaba con la envidia, hipocresía, lujuria, malicia, orgullo, simonía y calumnia, entre otros vicios», explica la experta. A su vez, la lepra era sinónimo deinmoralidad, decadencia ética general y símbolo genuino de la maldad.

La lepra, una muerte en vida
Al considerar que habían sido malditos (además de porque se creía que era una enfermedad sumamente contagiosa) aquellos que padecían lepra durante la Edad Media eran expulsados de sus hogares y obligados a vivir lejos de los núcleos urbanos. Con todo, hasta llegar a ese punto había que pasar por varias fases. La primera, como bien señala el doctor Enrique Soto Pérez de Celis en su dossier «La lepra en la Europa Medieval», era estar seguro que de que el paciente padecía esta dolencia.

Esta decisión podía ser tomada por el médico de la región, por el sacerdotey hasta por el barbero. Usualmente, todos se basaban en un síntoma tan claro como era «la destrucción masiva de la cara del paciente», en palabras del experto. Al menos al principio pues, con el paso de los años, unadenuncia absurda podía llegar a costar el ingreso en una leprosería o el destierro a una persona inocente. Una vez que el experto confirmaba que el paciente sufría lepra, el sacerdote del pueblo hacía participar al afectado en un oficio similar a los que se celebraban durante un funeral. Algo que no era de extrañar, pues se consideraba que el leproso era ya un muerto en vida al que solo le quedaba esperar pacientemente a que llegase su verdadero paso al otro mundo.

«El sacerdote iba a su casa y lo llevaba a la iglesia entonando cánticos religiosos. Una vez en el templo, el sujeto se confesaba por última vez y se recostaba, como si estuviera muerto, sobre una sábana negra a escuchar misa. Terminada la homilía, se le llevaba a la puerta de la iglesia, donde el sacerdote hacía una pausa para señalar “Ahora mueres para el mundo, pero renaces para Dios”», explica el experto. Luego se llevaba al leproso a las afueras de la ciudad, donde se le daba una capucha negra, unas castañuelas para que avisara de su presencia al resto de los habitantes de la región, y se le obligaba a vivir alejado de la civilización.

Además de todo ello, los leprosos tenían una larga lista de prohibiciones para, según las autoridades, evitar la propagación de la enfermedad. «Se le prohibía la entrada a iglesias, mercados, molinos o cualquier reunión de personas; lavar sus manos o su ropa en cualquier arroyo; salir de su casa sin usar su traje de leproso; tocar con las manos las cosas que quisiera comprar; entrar en tabernas en busca de vino; tener relaciones sexuales excepto con su propia esposa; conversar con personas en los caminos a menos que se encontrara alejado de ellas; tocar las cuerdas y postes de los puentes a menos que se colocara unos guantes; acercarse a los niños y jóvenes; beber en cualquier compañía que no fuera aquella de los leprosos y caminar en la misma dirección que el viento por los caminos», añade el experto. Posteriormente, con el nacimiento de las leproserías, se obligaba también a los enfermos a permanecer en uno de estos edificios hasta la muerte.

La infancia del rey maldito
El futuro rey leproso, o rey maldito, nació allá por 1161. Su padre fue Amalarico I de Jerusalén, más conocido por enfrentarse a sangre y fuego contra Nur al-Din -uno de los líderes musulmanes más destacados del siglo XII en Tierra Santa- por el control de Egipto. Su madre fue Inés de Courtenay, esposa y, a la vez, pariente lejana de Amalarico (un hecho que hizo que tuvieran que separarse, pues la ley de la época no permitía a un hombre ascender al trono si estaba casado con un pariente).

A pesar de que la separación de sus padres podría haberle dejado fuera de la carrera por el trono, a Balduino se le reconoció rápidamente su derecho a gobernar. Por ello, desde pequeño fue educado por Guillermo de Tiro para ser rey. Este, en sus memorias, afirmó que el pequeño sentía gran interés por la historia y por las letras. A su vez (y tal y como afirma el historiador M. Michaud en su obra «Historia de las cruzadas») «amaba la gloria, la verdad y la justicia». Por su parte, el investigador germano experto en las cruzadas Hans Eberhard Mayer dijo de él que poseía una gran perseverancia, paciencia y sentía gran amor hacia sus caballos.

Todo era felicidad en la vida de Balduino hasta que, con 9 años, su tutor se percató de que el futuro rey no sentía dolor, un síntoma de que podía padecer lepra. Así lo de dejó explicado en su diario, recogido por Ángel Luis Guerrero Peral en su obra «Manifestaciones neurológicas de la lepra del rey Balduino IV de Jerusalén»: «Mientras jugaba con otros niños nobles, y mientras entre ellos se pellizcaban en manos y brazos como suelen hacer a menudo cuando juegan, los otros gritaban cuando eran heridos, mientras que Balduino lo soportaba con gran paciencia y sin muestras de dolor, como alguien acostumbrado a este, pese a que sus amigos no respetaban especialmente su condición principesca en juegos». En ese momento Guillermo de Tiro supo que, aunque no fuera totalmente seguro, era muy probable que el pequeño acabase siendo un leproso.

«Percibí que la mitad de su mano y brazo estaban muertas, de forma que no podía sentir en absoluto el pinchazo»

Algo que, por cierto, extraña a día de hoy mucho a Guerrero Peral (especializado en neurología). Y es que, este experto afirma que -tras examinar las biografías de Amalarico y su esposa- no hay constancia de que ninguno de ellos padeciese esta enfermedad. Por ello, supone que se contagió de ella por culpa de alguien. «No hay evidencia alguna de que Amalarico, Agnes o María Comnena, la segunda esposa de Amalarico, padeciesen lepra. Posiblemente Balduino contrajo la enfermedad en sus primeros años de vida de algún sirviente de la corte; en cualquier caso, ya en el siglo XXI la mitad de los pacientes de lepra no cuenta con una historia clara de exposición a la enfermedad», completa.

Independientemente de la causa, lo cierto es que -tanto los doctores de la corte como el propio Tiro- esperaron hasta que examinaron varias veces al pequeño antes de poner sobre aviso al reino, pues sabían el estigma socialque conllevaría a todo un príncipe de Jerusalén aquella maldición. Esto es lo que escribió el tutor tras una de estas exploraciones: «Percibí que la mitad de su mano y brazo estaban muertas, de forma que no podía sentir en absoluto el pinchazo, o ni siquiera si era mordido». Tras llevar hasta la corte a varios médicos musulmanes para corroborar el diagnóstico, y después de que pasaran varios años, se confirmaron los peores temores de Amalarico:el futuro rey era un leproso. La dolencia se confirmó, todavía más, cuando Balduino ascendió hasta el trono a la edad de 13 años tras la muerte de su padre.

Montgisard, el comienzo
El año 1177 sería toda una prueba de valía para el rey leproso. Y es que, fue entonces cuando Saladino (el sultán de una cantidad incontable de regiones como Siria, Palestina, Yemen, Libia y otras tantas más) armó un gigantesco ejército de entre 26.000 y 30.000 musulmanes con los que invadir Jerusalén -entonces bajo dominio cruzado-. Por suerte para el «rey cerdo», los cristianos habían organizado ya un contingente que contaba con tropas deBizancio y caballeros recién llegados de Europa con el que pensaban conquistar El Cairo.

Esto permitió al soberano reaccionar rápidamente a las amenazas de Saladino. «Balduino se enteró de los planes del musulmán y decidió ir personalmente en su búsqueda. Fue así como [...] comandó a varios miles de infantes y 375 caballeros [según otras fuentes, 500] en marcha fuera de Jerusalén», explica el medievalista Michael Rank en su libro «Las cruzadas y los soldados de la cruz». Junto a ellos partió el obispo de Belén, quien portaba consigo la Vera Cruz. Una reliquia que, según se decía, estaba elaborada con los restos de la cruz en la que pasó sus últimos momentos de vida Jesucristo.

Los templarios reforzaron el ejército de Balduino tras escapar del bloqueo de Gaza
Balduino decidió dirigir a todo este contingente hasta Ascalón -una fortaleza ubicada a 74 kilómetros de Jerusalén- para defenderse allí de Saladino. El rey partió, a pesar de su debilidad, como un caballero más, dirigiendo a sus tropas y lanzándol arengas a pesar de que la lepra le acosaba. Por su parte, los caballeros templarios de la zona decidieron tomar también las armas para unirse al contingente cruzado. No obstante, los «Pobres caballeros de Cristo» se vieron obligados finalmente a retrasar su llegada a Ascalóndespués de que los soldados de la media luna les sitiaron en Gaza.

Cuando el «rey cerdo» llegó hasta el castillo de Ascalón, por tanto, se encontró con que -para su desgracia- los poderosos caballeros templarios no habían acudido en su ayuda. Así pues, prefirió refigurarse tras las murallas que lanzarse de bruces contra el inmenso ejército musulmán. La situación se puso de cara para el sultán, que -con el contingente cristiano resguardado en el castillo y el paso franco hasta la ciudad santa- ordenó a sus hombres dirigirse hacia Jerusalén para conquistarla. Su última decisión fue dejar un pequeño contingente para evitar que el leproso escapase.

«Saladino creyó que Balduino estaba atrapado en Ascalón y que, incluso si los cruzados lograban huir, sus fuerzas eran demasiado reducidas como para representar una amenaza a su ejército. A consecuencia de ello, Saladino permitió a sus tropas dispersarse a medida que se dirigían lentamente hacia Jerusalén. Avanzó despreocupadamente, deteniéndose en ciertas ocasiones para saquear villas a su paso, como Ramla, Lydda y la costa en dirección sur y formando un trayecto en círculo de regreso para interceptar el paso de Saladino», explica Rank.

La lógica de Saladino era innegable, pero lo que el musulmán no conocía era el arrojo de Balduino. Y es que, a pesar de no poder tenerse en pie por la lepra, el rey escapó con su ejército del bloqueo musulmán de Ascalón y dirigió a sus huestes tras la retaguardia de los hombres de la media luna. Su objetivo no era otro que atacar al gigantesco contingente enemigo cuando estuviese desprevenido y causar el desconcierto entre sus combatientes.

La idea no era mala, y aún fue considerada mejor cuando un centenar de caballeros templarios se unieron al ejército de Balduino después de haber logrado burlar a los enemigos ubicados en las fuerzas de Gaza. «Este pequeño grupo de caballeros tenía un poder formidable. Iban bien acorazados y eran expertos en el uso de sus armas», explica el divulgador histórico Martin J Dougherty en su dossier «Montgisard» (ubicado en la obra coral «Batallas de las cruzadas»). Con más tropas y una energía renovada, los cristianos partieron decididos a arrasar a los musulmanes y evitar la conquista de Jerusalén.

A finales de noviembre, el ejército cruzado dio alcance a las tropas de Saladino a la altura del castillo de Montgisard (cerca de Ramala). La situación no podía ser mejor para los cruzados pues, motivados por el sultán, las tropas musulmanas se habían diseminado a lo largo de kilómetros para saquear todo aquello que pudieran a los principales pueblos católicos. Cuando se percató de que Balduino estaba a su espalda, el árabe trató de reunir a sus combatientes y formar con ellos una línea de batalla aceptable. Pero ya era demasiado tarde y solo pudo lograr que sus combatientes crearan un desigual frente en el que reinaba la descoordinación.

Además, el ejército de la media luna estaba totalmente agotado por haber aprovechado hasta la última brizna de energía en robar. «La mayoría de los soldados de Saladino estaban cansados a consecuencia de la marcha desde Egipto y los posteriores saqueos, lo que los dejaba muy mal paradospara luchar contra los cruzados», determina Rank. El día 25, los cristianos formaron filas para atacar a sus enemigos de la mejor forma que sabían: lanzándose de bruces con sus caballeros totalmente acorazados (al modo europeo) contra la formación contraria hasta que esta huyera. En sus filas se sumaban entre 375 y 500 jinetes, 80 templarios y varios miles de infantes. Por su parte, Saladino tenía desperdigado a su gran ejército de entre 26.000 y 30.000 combatientes.

La gran victoria de Balduino
En las cercanías de Montgisar, y bajo el sol abrasador de Tierra Santa, Balduino hizo los preparativos para lanzarse sobre los musulmanes mientras estos todavía trataban desesperadamente de organizarse. Apenas podía tenerse en pie por lo avanzada que estaba su enfermedad, pero sabía que su mera presencia inspiraba a los cristianos. Por ello, hizo un esfuerzo para postrarse sobre la Vera Cruz y rezó para que Dios le ayudase a expulsar de aquellas tierras sagradas a los enemigos más odiados de los cruzados. Acabado el rezo y -según Dougherty- con cierto temor ante la visión de un contingente tan grande como el comandado por el sultán, el rey maldito dio la orden de atacar. Así fue como el medio millar de jinetes que portaban sobre su armadura la cruz de Cristo se lanzaron a voz en grito contra los invasores.

La primera carga fue devastadora, pues las lanzas de caballería aplastaron las primeras líneas de la formación enemiga. Además, fue más efectiva todavía gracias a que Saladino no pudo recurrir a una táctica habitual entre los generales musulmanes. «Una razón por la cual los cruzadosmuchas veces fracasaban cuando arremetían contra las fuerzas enemigas era la inteligente forma en que maniobraban estas últimas, de modo que los cruzados se encontraban con un espacio vacío en su embestida. A continuación, cuando los caballeros salían en persecución de sus objetivos, que se batían en retirada, se acercaban otras unidades y les disparaban una lluvia de flechas para luego acabar con los agotados supervivientes en un asalto final cuerpo a cuerpo», añade el anglosajón. En este caso, sin embargo, no pudieron más que tratar de resistir la embestida de los jinetes de la cruz. Fue una masacre.

Mientras la carga se sucedía, Balduino rompió los esquemas de todos sus combatientes al no apartarse de la lucha. Por el contrario, prefirió ponerse unos gruesos guantes sobre sus manos llenas de llagas y, al poco, lanzarse también a la carga. Renovados por el ímpetu del monarca de Jerusalén, los caballeros siguieron combatiendo con gran valor hasta que, como si sus lanzas hubiesen sido bendecidas por el mismísimo Dios, atravesaron la formación enemiga. Según cuentan las crónicas, Saladino vio tan mal la situación que huyó a lomos de su camello. Al parecer estuvo a punto de ser asesinado por los cristianos, pero logró huir gracias a la intervención de su guardia personal.

«La victoria de Balduino fue total. Su ejército capturó a la mayor parte de sus fuerzas, incluido a su guardaespaldas mameluco, y mató a su sobrino, Taqi al-Din. Solo el 10 por ciento de las fuerzas de Saladino regresó a Egipto después de la aplastante derrota. Por el lado de Balduino, los registros señalan que murieron alrededor de 1.100 hombres y 750 resultaron heridos», explica Rank. Aquella fue la gran victoria del rey. Una de las últimas, pues la lepra terminó con su vida allá por 1185.


http://www.abc.es/historia/abci-balduino-cara-cerdo-y-maldito-humillo-ejercito-musulman-500-cruzados-201604070233_noticia.html

domingo, 26 de junio de 2016

10 años del blog textos legales antiguos

El asesinato a «bayonetazos» de Caballo Loco, el jefe indio que humilló al 7º de Caballería El 5 de septiembre de 1877, el jefe indio que venció a los norteamericanos en Little Big Horn fue traicionado y murió a manos del Ejército de los Estados Unidos.

Un genio militar que logró vencer a Custer en Little Big Horn (una batalla acaecida el 25 de junio); un líder carismático que dirigió a sus hombres contra los «wasichus» (hombres blancos) que querían conquistar las tierras de los pieles rojas y, además, un bravo guerrero que se lanzaba contra sus contrarios al grito de «¡Hoka Hey!» («¡Hoy es un buen día para morir!»).

Caballo Loco fue un jefe indio que cambió la historia de los Estados Unidos al infligir al país una de las mayores derrotas del Siglo XIX. Sin embargo, no murió como un bravo guerrero debe y como él hubiera querido: combatiendo hasta desfallecer contra sus enemigos. Por el contrario, dejó este mundo un 5 de septiembre de 1877 después de que un soldado del ejército norteamericano le clavara una bayoneta a traición, y por la espalda.
El potro se hace caballo

Caballo Loco vino al mundo en los territorios que hoy ocupa Dakota del Sur (al norte de los Estados Unidos) en 1842. Su infancia fue controvertida pues, como explica el divulgador histórico Gregorio Doval en su obra «Breve historia de los indios norteamericanos», su madre falleció cuando él no era más que un niño. Fue entonces cuando su padre (un «hombre medicina» llamado también Caballo Loco) decidió tomar en matrimonio a su hermana para que el pequeño no creciese solo. Con todo, a nuestro protagonista no le afectó el destino de su progenitora y creció sano y fuerte. «Antes de cumplir los doce años ya había matado su primer búfalo y montaba su primer caballo», explica Doval.

Durante aquellos años fue testigo de algunas de las matanzas más cruentas que el ejército norteamericano perpetró contra los indios con el objetivo de que abandonaran los territorios en los que habían vivido desde siempre y se encerraran en reservas. «Con dieciséis años adoptó el nombre de su padre y participó por primera vez como guerrero en una incursión exitosa, pero en la que fue herido en una pierna», completa el experto. A partir de ese punto Caballo Loco se fue ganado la lealtad de su tribu a base de arco y hacha, pues demostró su valor y su valía como guerrero primero, y general después, en todo tipo de combates contra los norteamericanos.
Indios al frente de Caballo Loco
Indios al frente de Caballo Loco- Wikimedia
Sin embargo, su gran victoria se sucedió en Little Big Horn. Aquel día, un Caballo Loco convertido ya en jefe de los siouxs oglala acabó, junto a Toro Sentado, con el Séptimo de Caballería del mal llamado general Custer (pues era teniente coronel). Un hombre enviado por los EE.UU. para obligar al jefe indio a pasar el resto de su vida lejos de territorios que, desde siempre, habían sido de su tribu. Con todo, lo cierto es que Cabellos Largos (como le conocían los nativos) no solo no consiguió vencer a aquellos pieles rojas, sino que murió con sus hombres tras lanzarse como un verdadero cafre con poco más de 200 jinetes contra 1.200 nativos.

La derrota tras la victoria

Sangre y balas para los indios que asesinaron a Custer. Tras la derrota de Little Big Horn Estados Unidos comenzó una campaña de venganza contra los nativos que habían acabado con la vida de Cabellos Largos. Una tormenta de muerte apoyada por la población, ávida de sangre, y realizada con la excusa de confinar a los nativos en reservas. Como ya había sucedido meses atrás, las persecuciones y matanzas de pieles rojas se generalizaron.
No importó demasiado a la ciudadanía -poco ducha en táctica militar- que el oficial se hubiese lanzado de bruces y sin ninguna posibilidad contra un poblado que superaba ampliamente a su Séptimo de Caballería. Los norteamericanos, el ejército. y el gobierno de las barras y estrellas querían derramar sangre para desquitarse. Por eso fue por lo que el gobierno ordenó a oficiales como el general George R. Crook o el Coronel Miles (más conocido como Chaqueta de Oso Miles) que se dedicasen a hostigar durante meses a todo aquel con penacho de plumas que se cruzara frente a sus fusiles.

Perseguidas y apaleadas, a muchas tribus indias no les quedó más remedio que marcharse de sus casas y convertirse en nómadas. Casi se podría decir que el remedio fue peor que la enfermedad pues, con la llegada del frío, se hizo imposible para jefes como Caballo Loco dar de comer a sus hombres, mujeres y niños. Gregorio Doval señala en su obra lo difícil que fue durante ese tiempo para los indios conseguir alimentos. El historiador estadounidense Dee Brown es de la misma opinión, la cual hace patente en «Enterrad mi corazón en Wounded Knee» al señalar que el «frío y el hambre se habían hecho insoportables».
La primera traición

Al final, la falta de un trozo de carne que llevarse a la boca, el insoportable viento gélido que en aquellas fechas les helaba los huesos, la escasez de municiones con las que enfrentarse a los contrarios, y las promesas de sus enemigos de que solo querían parlamentar, hicieron que Caballo Loco se dejase convencer por sus consejeros y aceptase reunirse con los casacones para pactar una solución a aquella persecución malsana que iba a acabar con su tribu. Para entonces, de hecho, no le parecía tan mala la idea de que les cediesen una reserva.

Lo cierto es que Caballo Loco no estaba del todo conforme con la decisión de parlamentar la posible retirada de su pueblo, pero no le quedó más remedio que hacerlo, por lo que se preparó para llamar a la puerta -bandera blanca en mano- del mismísimo campamento del coronel Miles. «Ocho fueron, entre jefes y guerreros, los que se prestaron voluntarios para acudir al fuerte con bandera de parlamento», explica Brown.
Miles
Miles- Wikimedia
Expuesto y sabiendo que podía ser aniquilado, Caballo Loco se personó junto a sus hombres frente a las puertas de la plaza. Y todo parecía ir bien... hasta que unos mercenarios (indios como ellos, por cierto, pero a las órdenes de los «hombres blancos») les vieron llegar y les tirotearon como si se trataran de conejos. Cinco de los hombres del séquito se fueron con el Gran Espíritu (murieron baleados, vaya), pero nuestro protagonista tuvo suerte y logró salir ileso. A partir de ese momento, la poca fe que le quedaba a este jefe indio se esfumó. Aquellos bigotones no eran gente de fiar, por lo que decidió que lo que le tocaba era volver al campamento, hacer el petate, y poner pies en polvorosa.
Su última batalla

Pero Miles no estaba dispuesto a dejar escapar a Caballo Loco, un líder cuya importancia era crucial para la moral de los nativos, así que llamó a sus hombres para perseguir a los indios y acabar con ellos de una vez.

«El militar les dio alcance el 8 de enero de 1877 en Battle Butte. Caballo Loco apenas tenía munición para defenderse, pero contaba con algunos jefes guerreros extraordinarios que, recurriendo a sus argucias y audaces tácticas, lograron extraviar primero, y castigar después, a los soldados mientras el grueso de la fuerza india ponía tierra de por medio atravesando las Wolf Mountains», explica Brown.

Durante esa batalla, la última de este jefe indio, sus hombres lograron que el pomposo ejército de los Estados Unidos se retirase a base de arco, flechase ingenio (pues la munición era algo escasa). Con todo, el frío también ayudó a que Miles saliese por piernas y se dirigiese hacia su campamento. Había sido traicionado por el hombre blanco pero, al final, Caballo Loco había salido victorioso.
La rendición de un héroe

Pie sobre pie, y todavía con 900 siouxs oglala junto a él, Caballo Loco logró llegar hasta el noroeste de los Estados Unidos, a las tierras del río Powder. Una zona que podría haber sido idílica para él de no ser porque el Ejército de los Estados Unidos andaba pisándole los talones descalzos. Las semanas siguientes continuaron entre el hambre, el frío y la desesperación para los nativos. Y todo ello, aderezado con los tejemanejes que se traía el general Cook quien, al ver lo que le estaba costando acabar con aquellos siouxs, ofreció grandes ventajas políticas a otros jefes indios a cambio de que convenciesen a Caballo Loco, de una santa vez, de que lo mejor era rendir las armas y retirarse a una reserva.
«La promesa de una reserva era todo cuanto hacía falta para que Caballo Loco ofreciera su capitulación»

La efectividad de su llamada fue innegable, pues algunos líderes tribales como Cola Moteada o Nube Roja trataron de hallarle para convencerle de que, a pesar de todo, el hombre blanco no era tan malvado como parecía. Nube Roja fue el que encontró a Caballo Loco y le transmitió que, a pesar de que el general Crook estaba hasta el sombrero de él, le ofrecía una retirada honrosa en una reserva cerca del río Powder.

«Los 900 oglalas supervivientes se estaban muriendo de hambre […] los guerreros carecían de munición y los caballos parecían sacos de huesos. La promesa de una reserva en el territorio del Powder era todo cuanto hacía falta para que, por fin, Caballo Loco ofreciera su capitulación», explica Brown. La oferta fue demasiado tentadora para el líder indio, que terminó pasando por el aro y rindió el hacha el 5 de mayo de 1877 en Fort Robinson. «El último de los jefes guerreros de los sioux acababa de convertirse en un indio más de las reservas; desarmado, sin caballo, sin autoridad sobre los suyos y prisionero de un ejército que jamás había logrado vencerle en el campo de batalla», completa el experto. Lo cierto es poco más podía hacer.
Rendición de Caballo Loco
Rendición de Caballo Loco- Wikimedia

La reserva debida

Capitular ante el hombre blanco no terminó con las penurias de Caballo Loco. Y es que, el paso de las semanas demostró al jefe indio que Crook no tenía demasiadas intenciones de darle, ni a él ni a su tribu, una reserva en la que asentarse en el territorio prometido. De hecho, el general terminó obligando a los siouxs oglala a asentarse en un campamento cercano a su fuerte para tenerles controlados.

Aún así, a partir de entonces el feroz guerrero se mantuvo fiel al acuerdo al que había llegado con aquel sujeto ataviado con tres estrellas y procuró que sus hombres no participaran en escaramuzas contra el ejército de los Estados Unidos. Con todo, de tonto no tenía una pluma del penacho y, en palabras de Doval, sus esperanzas de que el militar cumpliera con los dicho no tardaron en desvanecerse en el aire. «Caballo Loco hacía caso omiso de todo cuanto le rodeaba; él y sus hombres vivían solo pensando en el día en que Tres Estrellas Crook cumpliera su promesa», determina Brown.

La situación llegó a ser tan tensa que Crook (desconocemos si para ganar tiempo o no) ofreció a Caballo Loco viajar hasta Washington para entrevistarse con el presidente Rutherford B. Hayes. El tema a tratar: la cesión de la reserva. El jefe indio se negó.
Reserva india
Reserva india- Wikimedia
«Él bien sabía cuanto ocurría a los jefes que acudían a la gran capital: volvían gordos y relucientes a causa de la buena mesa y del confort del gran padre blanco, y toda traza de bravura y temple había desaparecido de sus personas. Observaba los cambios experimentados por los mismos Nube Roja y Cola Moteada que, conscientes de aquello, sentían animosidad hacia el jefe más joven», destaca el experto. Esta falta de respeto al hombre blanco no hizo más que tensar unas relaciones que, ya de por sí, andaban más tirantes que la cuerda de un arco similar a los que habían utilizado en sus buenos tiempos los nativos.

Si los ánimos ya estaban candentes, terminaron por ponerse al rojo vivo en agosto. Fue entonces cuando llegaron noticias hasta Caballo Loco y sus hombres de que la tribu de los nez percés («narices agujereadas») había entrado en guerra con el ejército de los Estados Unidos. Aquello no era algo excesivamente raro, pero lo que sí lo fue es que los norteamericanos solicitaran a los oglalas que se alistaran en sus filas para servir como exploradores. El jefe indio, al que solo le quedaba el respeto de los miembros de su tribu, instó a que nadie participara en aquella absurda contienda generada por el hombre blanco. Sin embargo, el 31 de agosto su ánimo fue destruido cuando multitud de jóvenes guerreros pieles rojas decidieron vestir el uniforme azul de la caballería para servir a las órdenes del presidente.
Las incógnitas de su captura

A partir de este punto la historia de Caballo Loco es algo confusa y varía atendiendo a las fuentes a las que se acuda. Brown, por ejemplo, afirma que se sintió tan «asqueado» al ver como sus hombres le desobedecían y se unían al ejército norteamericano, que decidió abandonar sin permiso el campamento en el que vivía para regresar a sus tierras ubicadas en el río Powder.

«Cuando Tres Estrellas Crook se enteró de la nueva, por medio de sus espías, ordenó que ocho compañías se desplazaran inmediatamente al campamento de Caballo Loco, situado a pocos kilómetros de Fort Robinson, para hacerlo prisionero. Sin embargo, el jefe indio fue advertido por unos amigos, y los oglalas se dispersaron en todas direcciones», explica el experto. Según su versión, el jefe indio huyó hacia la reserva de un viejo amigo, Toca las Nubes. Un lugar en el que fue encontrado y capturado posteriormente.
Caballo Loco, antes de morir
Caballo Loco, antes de morir- Wikimedia
No obstante, esta no es la única teoría sobre su captura. Doval afirma en su obra que Crook detuvo a Caballo Loco basándose en la idea de que estaba organizando una rebelión contra los Estados Unidos. «El general ordenó su arresto aprovechando que [Caballo Loco] había abandonado el fuerte para llevar a su esposa enferma junto a sus padres», determina el español.

Por su parte, la página web del gobierno de los EE.UU. dedicada a la memoria de este jefe indio aporta una versión totalmente diferente: «En 1877, Caballo Loco fue bajo bandera blanca a Fort Robinson. Las negociaciones con los líderes militares de los EE.UU. estacionados en el fuerte se rompieron. Los testigos culparon de ello a los traductores, que no transmitieron bien lo que quería decir Caballo Loco. El jefe fue detenido y llevado a la cárcel».

Una muerte a traición

La llegada al fuerte de Caballo Loco no es la única parte de la vida de este jefe indio que ha generado más controversia. Ese honor corresponde a su muerte, la cual se sucedió poco después de que fuera capturado por los estadounidenses. La versión más extendida sobre su fallecimiento es que corrió a cargo del ejército norteamericano y que sucedió a traición.

«Los soldados lo hicieron prisionero y le comunicaron que sería llevado a Fort Robinson para entrevistarse con Tres Estrellas. Una vez en el fuerte, le dijeron que era demasiado tarde para ver a Crook aquel día, de modo que se le puso bajo la vigilancia del capitán James Kennington y de uno de los policías de la reserva. Este no era otro que Pequeño Gran Hombre [su antiguo amigo]», explica el experto.
General Crook
General Crook- Wikimedia
Siempre en palabras de este historiador, estos dos sujetos llevaron al jefe indio sin que este lo supiera hasta la puerta de una celda en la que nuestro protagonista inició un forcejeo. «El lance duró unos pocos segundos; alguien gritó una voz de mando y el soldado de guardia, William Gentles, hundió su bayoneta en el abdomen de Caballo Loco», completa. Al final, Caballo Loco falleció esa misma noche, el 5 de septiembre de 1877.

De esta teoría es partidaria también Victoria Oliver (autora de «Pieles rojas» -Edaf-), según explicó a ABC hace algunos meses: «Sospechaban de él y, a pesar de que estaba confinado y no tenía capacidad de actuación, decidieron eliminarlo. Para ello, le convocaron a una reunión en Fort Robinson (en Nebraska) con la intención de asesinarle. Él se presentó, en principio, sin recelo, pero pronto descubrió que le habían preparado una encerrona. Entonces se rebeló contra sus captores mientras le sujetaban y gritó “Otra trampa de los blancos, dejadme morir luchando”. Al final, un soldado le clavó su bayoneta por la espalda».
Otras teorías

Nuevamente, la web dedicada al memorial de Caballo Loco aporta una versión totalmente diferente. Los autores de esta página gubernamental son partidarios de que murió combatiendo arma en mano.

«Cuando se dio cuenta de que los comandantes estaban planeando encarcelarlo, luchó y sacó su cuchillo. Pequeño Gran Hombre, amigo y compañero guerrero de Caballo Loco, trató de detenerlo. Entonces, un guardia de infantería le dio una estocada exitosa con una bayoneta. Hirió de muerte el gran guerrero. Caballo Loco murió poco después de la herida. Hay diferentes teorías sobre la fecha de su muerte, algunos afirman que fue el 5 de septiembre de 1877, y otros, que el 6 de septiembre».

Lo que sí está claro es que el mayor jefe indio que conoció Estados Unidos falleció, como bien señala el historiador Thomas Powers en su obra «The killing of Crazy Horse» triste por ver en lo que se habían convertido las tribus indias.

Francisco Pizarro y el misterio de su tumba 475 aniversario de su salvaje muerte por César Cervera

En su último año de vida, Francisco Pizarro parecía que iba a gozar al fin de los dulces frutos de sus conquistas. A pesar de los fantasmas que le perseguían a sus 63 años, el extremeño vivía feliz en su recién construido palacio de Los Reyes junto a la bella Angélica Yupanqui. Había sido un solterón empedernido, pero, empeñado en que los españoles entroncaran con la población local, se casó al final de su vida con mujeres indígenas a modo de ejemplo. Disfrutaba de cierta calma, aplastada la rebelión de su viejo aliado, Diego de Almagro, hasta que una brutal muerte le sorprendió en su palacio.

El conquistador casi sobrevivió a todo. A la ingrata tierra extremeña, al duro viaje a través del Atlántico y a una lucha contra millares de guerreros incas, pero no pudo hacer nada contra la ira de sus propios compatriotas. Cuando Pizarro pensaba que moriría de viejo rodeado de sus hijos, su esposa y sus fieles hermanos, junto a los cuales había dado muerte al traicionero de Almagro, irrumpieron los almagristas el 26 de junio de 1541, hace 475 años, en el palacio del extremeño para darle «tantas lanzadas, puñaladas y estocadas que lo acabaron de matar con una de ellas en la garganta», según la descripción de un cronista.
Terminaba con puñaladas una vida marcada por las armas y las aventura. Nacido en la localidad de Trujillo (Extremadura), Francisco Pizarro era un hijo bastardo de un hidalgo emparentado con Hernán Cortés, que combatió en su juventud junto a las tropas españolas de Gonzalo Fernández de Córdoba en Italia. En 1502, se trasladó a América en busca de fortuna y fama, donde oyó historias sobre un rico territorio al sur del continente que los nativos llamaban «Birú» (transformado en «Pirú» por los europeos). Francisco Pizarro, de 50 años de edad, decidió unir sus fuerzas con las de Diego de Almagro, de orígenes todavía más oscuros que el extremeño, y con las del clérigo Hernando de Luque para internarse en el sur del continente.

Los almagristas vengan a su líder

Una vez finalizada la conquista de esa tierra mítica, las riñas internas entre los partidarios de Almagro y los de Pizarro, que luchaban por delimitar los territorios que pertenecían a cada uno de los bandos, entraron en conflicto armado en 1535. Tras un choque entre facciones, conocido como la batalla de Las Salinas, Pizarro cogió prisionero a Almagro y lo condenó a muerte. El conquistador suplicó por su vida, a lo cual respondió uno de los hermanos de Pizarro, Hernando, diciendo: «Sois caballero y tenéis un nombre ilustre; no mostréis flaqueza; me maravillo de que un hombre de vuestro ánimo tema tanto a la muerte. Confesaos, porque vuestra muerte no tiene remedio». Finalmente, fue ejecutado el 8 de julio de 1538 en la cárcel por estrangulamiento de torniquete y su cadáver decapitado en la Plaza Mayor de Cuzco.

En medio de la relativa calma que siguió a la muerte de Almagro, Francisco Pizarro seguía conservando su vitalidad, jugaba a los bolos y a la pelota a diario, así como sus hábitos y vestimentas austeras. «Usaba un sayo de paño negro con los faldamentos hasta el tobillo y el talle a los medios pechos y unos zapatos de venado blancos y un sombrero blanco y su espada y su puñal a la antigua», describe Agustín de Zárate sobre la despreocupada ropa de Pizarro, que vestía a la antigua, esto es, como en otro tiempo. A sus 63 años, el extremeño ya era un anciano, un hombre de otro tiempo que disfrutaba mezclándose con el pueblo y observando cómola ciudad de Lima crecía un poco más cada día.

Lo cual no significa que Pizarro esperara ocioso el final de sus días. Como explica la historiadora Carmen Martín Rubio –autora de «Francisco Pizarro: el hombre desconocido» (Ediciones Nobel)–: «El decreto dado al teniente deArequipa el 7 de mayo de 1541, sobre mes y medio antes de su muerte, atestigua fehacientemente la fuerza física y mental que Pizarro poseía en esos momentos. (…) tenía determinado comenzar en el próximo verano otra guerra contra el Inca (Manco Inca); es decir, unos seis o siete meses más tarde...».

Y entonces le llegó la muerte. Ante las amenazas de muerte que le llegaban de los partidarios de Diego de Almagro el Joven, hijo de su antiguo compañero de armas, Pizarro aumentó la seguridad en su palacio y, tal vez por estos temores, el día de su muerte pidió que se oficiara misa en su residencia. No se equivocaba el extremeño, puesto que los almagristas le esperaban junto a la iglesia para coserle a cuchilladas. No obstante, al ver que permanecía en su palacio, el grupo armado se dirigió allí al grito de «Viva el rey, muera el traidor», provocando una enorme espantada entre los acompañantes del conquistador del Perú.

Relata Pedro Pizarro que «todos los que se hallaban en la sala salieron corriendo, incluso el teniente gobernador Juan Velázquez con su vara de mando en la boca, y que se tiraron por las ventanas que daban al río Rimac... dejando solos al gobernador, a su hermano y a dos pajes».

Un error con la tumba durante un homenaje

Francisco Pizarro y su hermano Martín murieron a manos del grupo de almagristas. El extremeño se defendió «bravamente» y fueron necesarias al menos 20 heridas de espada para acabar con su vida. Tras uno de lo mayores magnicidios de la historia de la Edad Moderna, los agresores obligaron a las autoridades de Lima a nombrar gobernador al joven Diego Almagro y forzaron que Francisco Pizarro fuera enterrado de forma casi clandestina, según señala Henry Kamen, en un patio de la catedral de la ciudad. Y precisamente aquí empieza la otra parte del desgraciado ocaso de Pizarro. Las tumbas y diretes.

Los investigadores, sin embargo, hallaron en el lugar una momia que creyeron la de Pizarro y la colocaron en un mausoleo, situado en la parte derecha de la catedral

Como narra la historiadora Carmen Martín Rubio en su obra, Pizarro había dejado escrita su voluntad de ser enterrado «en la iglesia mayor de esta Ciudad de los Reyes, en la capilla mayor de la dicha iglesia». Con el paso de las décadas los restos de Pizarro sufrieron distintos traslados hasta que, en 1623, se decidió su definitivo emplazamiento: en la bóveda sepulcral debajo de la capilla mayor de la Catedral de Lima. Allí permanecieron hasta que, en 1881, el cabildo de la ciudad estableció una comisión para exhumar e investigar sus restos como conmemoración del 340 aniversario de su muerte.

Sin excesivo rigor, los investigadores hallaron en el lugar una momia que creyeron la de Pizarro y la colocaron en un mausoleo para la ocasión, situado en la parte derecha de la catedral. La comisión defendió que se trataba del extremeño porque, según su informe, el cadáver mostrabamarcas de derrames sanguíneos producidos por heridas en la cabeza, cuello y extremidades.

Durante más de un siglo esa momia representó al conquistador del Perú y fue el objeto de sus actos de homenaje, sin que nadie sospechara que no se trataba de los restos de Pizarro. El 18 de julio de 1977, unos operarios encontraron durante unos trabajos de remodelación en la catedral una caja de plomo y otra de madera. En la de madera se hallaron huesos. Por su parte, en el interior de la de plomo había un cráneo y una inscripción inequívoca: «Aquí está la cabeza del señor marqués Don Francisco Pizarro que descubrió y ganó los reinos de Perú y puso en la real Corona de Castilla». Se abría el misterio: ¿cuáles eran los auténticos restos de Pizarro?

El final al misterio y a la polémica

Los sucesivos análisis arqueológicos no terminar de despejar el misterio sobre los restos de Pizarro. En un principio se dijo que los huesos de la caja pertenecían a un adulto, una mujer y dos niños, pero, incluso cuando el arqueólogo Hugo Ludeña aseguró que se trataba de Pizarro, la polémica siguió abierta. Al no alcanzarse un acuerdo en la comunidad científica, los investigadores decidieron abrir también la urna donde reposaba la momia del supuesto Pizarro. Dos antropólogos forenses procedentes de EE.UU confirmaron las sospechas: aquella momia pertenecía a cualquier persona menos a un soldado del siglo XVI; en tanto, se procedió a trasladar los restos de las cajas a una capilla ubicada en la parte derecha de la catedral.

El solemne traslado no significó el final de la polémica. Distintos historiadores continuaron desconfiando de los procedimientos empleados y exigieron nuevos estudios. Tras una investigación radiológico sobre el esqueleto, a cargo de la doctora Ladis Delpino (Universidad Cayetano Heredia), se confirmó que se trataba de Pizarro en base a las 16 heridas punzo cortantes y de la huella de otras cicatrices en los huesos, que correspondría con la forma en la que murió el extremeño y con heridas documentadas a lo largo de su vida.

Y por si aún cabía alguna duda, entre el año 2006 y el 2008 el arqueólogo forense Edwin Raúl Grenwich, de la Universidad de San Marcos, realizó análisis bioarquiométricos que parecen haber dado al fin carpetazo al misterio. No en vano, Grenwich identificó los restos como los de un hombre diestro, robusto, de 1,74 centímetros, y que al fallecer tenía entre 50 y 68 años en el momento de su muerte.


Fuente: http://www.abc.es/cultura/abci-475-aniversario-muerte-salvaje-asesinato-francisco-pizarro-y-misterio-tumba-201606260153_noticia.html
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