miércoles, 17 de noviembre de 2010

NOVIEMBRE: HOMENAJE A LOS VALIENTES DE SUIPACHA

LA BATALLA DE SUIPACHA (EN TERRITORIO DE TARIJA) (*) (7 de Noviembre de 1810)

(**)
El 13 de junio de 1810, desde el campamento de Luján partieron hacia el Norte 1150 hombres; integraban los cuerpos de Patricios, Arribeños, Pardos y Morenos. No contaban con adecuados bagajes; apenas unas cabezas de ganado en arreo y pólvora para los fusiles a chispa. También cada uno llevaba debajo la chaqueta o ajustado en la espalda con la faja del chiripá, el facón que tanto servía para comer una lonja de carne como para despenar a un maturrango. Pero todos llevaban en sus pechos el fuego sagrado de la libertad y en sus mochilas el sueño de una Patria grande.
Después de cinco meses de marcha, el Coronel Antonio González Balcarce, al mando de las fuerzas y luego del encuentro de Cotagaita, se repliega hasta el río Suipacha. El altiplano, el soroche, el sol y la sed nada pudieron contra aquellos soldados harapientos pero de mirada dura, de brazo fuerte y corazón caliente. Allí se agregaron doscientos gauchos de Güemes, con sus chuzas y sus guardamontes.
El 7 de Noviembre González Balcarce decide enfrentar a los realistas. Simula efectuar una retirada y cuando el enemigo intenta cruzar el río, los ataca con furia. La batalla es corta y la victoria decisiva. Fue tal el ardor criollo que a los realistas les costó 40 muertos, 150 heridos, 180 prisioneros, ”toda la artillería, armas livianas, municiones y equipo”. Es la primera gran victoria, con ella se abría el camino hacia el Alto Perú, se fortalecía el espíritu del ejército y las cuatro intendencias pertenecientes al virreinato del Río de la Plata se declaraban a favor de la revolución de Mayo.
Así el pueblo argentino y su Ejército fueron sembrando los sentimientos de libertad. Con hidalguía, valor, fidelidad y patriotismo; sin otro interés que la Patria, dejando jirones de carne y de sueños forjaron la Nación. Nos la dejaron como herencia y desde el olvidado silencio de sus tumbas nos mandan sostenerla y engrandecerla. ¡Cumplámoslo!

(*) EMILIO ASSEFF
(**) IMAGEN EXTRAIDA DEL SITIO

lunes, 1 de noviembre de 2010

APUNTES SOBRE LA LITERATURA MAYA: LOS LIBROS.


Como dicen los autores, "Desde un punto de vista formal, no todos los textos mayas pueden ser considerados como obras literarias, pues mientras que algunos de ellos son verdaderas obras poéticas en las que destaca la riqueza del lenguaje y los recursos estilísticos, la mayoría  está formada por documentos de carácter meramente legal, que tienen sólo un valor histórico. Fue fundamentalmente en los textos de carácter religioso, y en algunos textos históricos y médicos, donde los mayas expresaron su sensibilidad poética, su capacidad imaginativa y su riqueza espiritual, por lo que son éstos los libros, que a nuestro parecer, constituyen la aportación maya a la literatura universal.
Al igual que todas las literaturas de las grandes culturas pre-griegas del viejo mundo y las orientales, los escritos literarios de los mayas son primordialmente una manifestación de las vivencias religiosas y de la preocupación histórica, y fueron realizados con un fin práctico, no con un fin propiamente artístico. Además, los libros revelan una mentalidad y una concepción sui generis del mundo y de la vida, de ahí que sea muy dificil hacer una clasificación de ellos basándose en los géneros clásicos establecidos en la cultura occidental, pues, de acuerdo con este criterio resultaría que casi todas estas obras son a la vez épicas, líricas, dramáticas, didácticas e históricas. Sin embargo, los diversos temas que contienen los libros determinan ciertas diferencias estilísticas, lo que nos permite dividir la obra escrita de los mayas en cuatro grandes grupos: literatura mítica y profética; lietratura ritual; literatura médica; astronómica y calendárica, y literatura histórica y legendaria."(*)
Entre las principales obras se pueden citar:
"El Libro de Chilam Balam", uno de los más famosos, pues refleja la desesperación del poblador originario, por la invasión de los conquistadores. Se hallaron varias versiones de esta obra, con contenidos distintos según el pueblo que la hubiera escrito, pues se hacían diferentes versiones en los distintos clanes. Pero por su contenido de diversos temas: religiosos, históricos, literarios, sobre astronomía y calendarios, se puede apreciar toda la sabiduría del pueblo maya. (No nos olvidemos que entre los mayas se hablan en la actualidad veintisiete lenguas).
Se cree que sus autores fueron sacerdotes que transcribieron manuscritos sagrados, a los que acotaron noticias locales y elementos de la historia de cada lugar. Eran considerados libros sagrados y se los leía en ocasiones especiales.
las copias que se conservan no son las originales, sino transcripciones de alrededor del siglo XVI.
El "Popol Vuh", "Las antiguas Historias del Quiché", el más conocido, es el libro sagrado de los indios quichés que habitaban en la zona de Guatemala.
Se explicaba en él el origen del mundo y de los indios mayas. También se relataba la historia de todos los soberanos. Se puede señalar que hay allí una conjunción de religión, mitología, historia, costumbres y leyendas. Es esencialmente una descripción del conjunto de tradiciones mayas de quienes habitaban la región guatemalteca; pero también aparecen agregadas algunas ideas cristianas, lo que hace suponer que el autor conocía a misioneros católicos. No se conoce el nombre del autor pero por datos sacados del contenido de la obra, se supone que ha sido escrito hacia 1544.
Fue escrito originalmente en piel de venado, posteriormente trascripto en 1542 al latín por Fray Alonso del Portillo de Noreña.
La versión española fue realizada sobre este último texto en el siglo XVIII (1701) por el fraile dominico Francisco Ximénez que se había establecido en Santo Tomás Chichicastenango. Y "Popol Vuh" lo llamó un estudioso de temas americanistas, que en el siglo XIX lo tradujo al francés, Charles Etienne Brasseur de Bourbourg.
El significado de los términos que conforman el nombre es: Popol: Palabra maya que significa reunión, comunidad, casa común, junta y Vuh: Libro, papel, árbol de cuya corteza se hacía el papel.
Para los Quichés de Guatemala, hombres del bosque o de los magueyes, el Popol Vuh es una Biblia. 
En el libro se distinguen tres partes:
La primera que es una descripción de la creación del mundo y del origen del hombre, la cual después de varios fracasos fue hecho de maíz, el alimento que constituía la base de su alimentación. 
La segunda parte que trata de las aventuras de los jóvenes semidioses Hunahpú e Ixbalanqué que termina con el castigo de los malvados, y de sus padres sacrificados por los genios del mal en su reino sombrío de Xibalbay.
Y la tercera parte, que es una historia detallada referida al origen de los pueblos indígenas de Guatemala, sus emigraciones, su distribución en el territorio, sus guerras y el predominio de la raza quiché sobre las otras hasta poco antes de la conquista española. Describe también la historia de los Reyes y la historia de conquistas de otros pueblos.
El "Rabinal Achí": Se ha conservado esta pieza dramática escrita en el pueblo quiché y que trata sobre la rivalidad entre dos ciudades-estados, y la captura y muerte de un guerrero notorio.
Los "Anales de los Cakchiqueles" es una conjunción de datos históricos, mitológicos y religiosos, escrito en lengua maya y caracteres latinos.

(*) Mercedes de la Garza, Literatura Maya, Caracas, Venezuela, 1992, p.29.

Diversas formas de los libros chinos antiguos por LIU YONGXIN

Interesante nota extraída del sitio CHINA TODAY:
http://www.chinatoday.com.cn/hoy/2k206/12.htm y elaborada por LIU YONGXIN, catedrático y exdecano de la Facultad de Español de la Universidad de Estudios Extranjeros de Beijing, que la disfruten, como yo, Sandro.

Al comprar un libro interesante, impreso en papel de buena calidad, lujosamente encuadernado y con bellas ilustraciones, uno se siente muy complacido, pero no puede imaginarse cómo eran los libros chinos antiguos.
Éstos, destinados como los de ahora a transmitir conocimientos, ofrecer información e intercambiar experiencias, llegaban a serlo cuando el hombre imprimía palabras, dibujos o cuadros en hojas fabricadas con materiales como el bambú, la madera, la seda y el papel, hojas que luego numeraba y encuadernaba para que otras personas pudiesen leerlas. Como es lógico suponer, la existencia de libros es posterior a la aparición de la escritura.
Las inscripciones grabadas en caparazones de tortuga y huesos de animales durante la dinastía Shang (XVI - XI a.C.) muestran la superación de los rasgos peculiares que presentaban los primeros caracteres chinos de los que se tiene noticia, señal inequívoca de que no es en ellas donde hay que buscar los orígenes de la escritura china; por otra parte, según las investigaciones arqueológicas, los 5.000 caracteres diferentes descubiertos en dichas inscripciones forman un vocabulario de más de 3.000 palabras clasificadas en sustantivos, verbos, adjetivos, pronombres y otras partes de la oración; además, conservamos un relato compuesto por ciento setenta y tantos caracteres.
Los orígenes de la escritura china podrían encontrarse en las ruinas de la cultura neolítica de Yangshao (5.000-3.000 años a.C). En los objetos de alfarería de esta cultura descubiertos en los años 50 del siglo XX en Banbo (cerca de la actual ciudad de Xi’an), aparecen grabados 27 signos que se caracterizan por la simplicidad de sus trazos y su sentido abstracto. Para muchos eruditos e historiadores chinos se trata de los signos ideográficos más antiguos que han llegado hasta nuestros días. En su ensayo: "Desarrollo dialéctico de la escritura antigua", el prestigioso historiador Guo Moruo afirma que, a pesar de no haberse descifrado su significado, es posible que los signos grabados en piezas de alfarería negras y de otros colores marquen el inicio de la formación de los caracteres chinos. De esta aseveración y de otras semejantes se deduciría que la escritura china tiene 6.000 años de antigüedad.
Las inscripciones adivinatorias halladas en caparazones de tortuga y huesos de animales constituyen un sistema de escritura más o menos completo que presenta los rasgos fundamentales del chino antiguo.
Hace 4.000 años, en tiempos de la dinastía Xia (siglos XXI - XVI a.C.), los chinos inventaron la técnica de fundición del bronce, técnica que se perfeccionó visiblemente en la época de la dinastía Shang. En las campanas y los objetos de uso sacrificial fabricadas con esta aleación durante dicha dinastía, aparecen no solamente dibujos de carácter decorativo, sino también frases y textos breves. Los textos fueron ganando en extensión a lo largo de la dinastía Zhou (siglos XI-III a.C.), cuyos gobernantes gustaban de hacer grabar en las piezas de bronce textos relativos a los sacrificios, los méritos militares y los nombramientos de sus funcionarios, así como a los acuerdos entre diversos principados.
En los primeros años de la dinastía Tang, en el distrito de Baoji (provincia de Shan’xi) se desenterraron diez enormes piedras cilíndricas en forma de tambor con inscripciones hechas en el siglo V a.C., en las cuales se leían diez poemas en versos de cuatro caracteres que narraban las cacerías de un príncipe Qin.
Sin embargo, tanto las inscripciones sobre caparazones y huesos, que registraban prácticas adivinatorias para su eventual confirmación, como las frases y los textos breves de carácter conmemorativo grabados en las piezas de bronce, no tenían ni la forma de libro ni la intención de divulgar nada. A pesar de no estar encuadernados, los poemas grabados en piedra participaban en cierta medida de la naturaleza del libro, puesto que en ellos se dejaba constancia de las cacerías de un príncipe Qin con el propósito de divulgarlas entre el pueblo.
Los jiance o los libros más antiguos
Los jiance son tiras o tablillas de bambú o de madera, ordenadas y dispuestas en forma de libro, sobre las que se escribían textos utilizando pinceles chinos empapados de tinta. Cada tira de bambú o de madera se llama jian, y el conjunto de ellas forman una unidad que recibe el nombre de jiance. En las inscripciones oraculares sobre caparazones y huesos, el carácter pictográfico representaba una serie de tiras ensartadas con dos cordones; posteriormente, este carácter pasó a desempeñar la función de clasificador (parte de la oración china) aplicado a los libros. En sus Registros históricos, el gran historiador Sima Qian nos cuenta que Confucio, en edad avanzada, mostró un singular interés por el Libro de las mutaciones, obra que releyó tanto que los cordones que unían las tablillas del libro se rompieron tres veces.
Se supone que en la dinastía Shang ya existía este tipo de libros, puesto que en el Libro de documentos de la antigüedad, uno de los clásicos confucianos, se halla una referencia explícita a los libros escritos por los Shang. En la dinastía Zhou, los encargados de registrar los sucesos de importancia en las tablillas de bambú fueron los historiadores de la corte. Pero esa suposición todavía debe ser corroborada por ulteriores datos y hallazgos arqueológicos.
En tiempos de las dinastías Shang y Zhou, los historiadores cortesanos eran los únicos depositarios de la cultura y los únicos capaces de recoger y grabar en caparazones y huesos, así como en objetos de bronce, los discursos, las actividades políticas y las operaciones militares de sus gobernantes. En el Período de Primavera y Otoño (773 – 476 a.C.) y en el de los Estados Combatientes (475 – 221 a.C.), la naciente clase terrateniente, cada vez más afianzada en su posición social, intentó hacerse con el poder y romper el monopolio cultural de la alta nobleza. Entre los estudiosos e intelectuales que representaban distintas fuerzas políticas se libraban acalorados debates y polémicas sobre problemas de orden político, filosófico y moral, lo que impulsó a muchos de ellos a escribir y publicar libros. Los seguidores de las diversas escuelas filosóficas se dedicaron a transmitir oralmente y a copiar a mano las palabras y las sentencias de sus maestros. La consiguiente proliferación de jiance llegó a su apogeo en las dinastías Qin (221 – 206 a.C.) y Han (206 a.C. – 220 d.C).
Desde la antigüedad hasta nuestros días se han desenterrado innumerables tablillas de bambú y de madera. Durante el reinado de Wu, emperador de los Han (156 – 87 a.C.), en las paredes de la mansión de Confucio se descubrieron obras clásicas del gran maestro escritas en tablillas de bambú durante el Período de los Estados Combatientes. Estas obras, caracterizadas por un estilo de escritura y un contenido algo diferentes a los de las ediciones de la época Han, recibieron el nombre genérico de “clásicos en escritura antigua”. En el siglo III, en el distrito de Ji (provincia de Henan) se abrió la tumba del soberano Hui de los Wei, que había reinado entre los años 369 y 319 a.C.; en su interior se encontraron decenas de carros llenos de tablillas, entre las cuales había libros tan valiosos como Anales sobre bambú y Biografía del hijo del cielo llamado Mu.
En 1930, en una serie de yacimientos situados a lo largo del río Ejina (provincia de Gansu) se hallaron más de 10.000 tablillas de la dinastía Han, que en su mayoría contenían documentos oficiales y listas de objetos de valor. Cuarenta años después se descubrieron en esa dicha comarca cerca de 20.000 tablillas de la misma época, que contenían datos fidedignos sobre la situación económica, política y militar en las zonas fronterizas del territorio de la dinastía Han.
Los nueve capítulos del Libro de los Ritos, otro clásico confuciano, llegaron a manos de los arqueólogos en 1959 junto con otras trescientas tablillas de los Han del Este, tras las excavaciones realizadas en el distrito de Wuwei (provincia de Gansu). Además de diversas tablillas de los Han del Oeste, en 1972 se recuperaron importantísimas obras de estrategia militar escritas en el período de los Estados Combatientes, entre ellas Weiliai, Liuta, "El arte de la guerra de Sunzi" y, en particular, "El arte de la guerra de Sun Bin", que había desaparecido 1.700 años atrás. También se hallaron leyes y decretos de los Qin.
Según fuentes históricas, para preparar las tablillas de bambú se cortaba el tronco en trozos que a continuación se rajaban, pulían y secaban al fuego. En cuanto a la madera, se cortaba en tablas o tablillas, las cuales después de pulidas se secaban al sol o a la sombra. Las tablillas de las dinastías Qin y Han tenían diferentes dimensiones: las largas se utilizaban para copiar textos legales y obras clásicas; las cortas se usaban para escribir, entre otras cosas, biografías y ensayos; los clásicos se reproducían en tablillas de 23 centímetros de largo unidas con cordones de seda verde; las tablillas de 30 centímetros se empleaban para copiar textos legales, mientras que las órdenes imperiales y los nombramientos se registraban en las de 10 centímetros, usadas también para escribir cartas, ensayos y biografías.
Cada tablilla contenía de una a varias decenas de caracteres distribuidos en una o más líneas. Los mapas se reproducían en tablillas de madera y las cartas se escribían generalmente en tablillas de madera cuadradas, sobre las que se colocaba una tablilla más fina para ocultar el mensaje y escribir en ella el nombre del destinatario y el del remitente. Después de sellar las tiras escritas y atarlas con cuerdas, la carta podía enviarse a larga distancia, pero no por posta, sino por medio de un mensajero privado.
En la primera de las tablillas de un libro figuraban el título de la obra y el del primer capítulo, que solían también escribirse en el dorso de las primeras dos tablillas, puesto que cuando se enrollaban todas por detrás, su dorso aparecía como cubierta. Si era un libro valioso, el autor lo envolvía con seda o con tela.
Como es de suponer, los libros escritos en las tablillas pesaban mucho. Para transportar la biblioteca de Hui Shi, famoso sofista del período de los Estados Combatientes, eran necesarios cinco carros. De este hecho anecdótico derivó posteriormente la frase “cinco carros de conocimientos adquiridos”, utilizada para referirse a la erudición de un letrado. Según fuentes historiográficas, el Primer Emperador (259 – 210 a.C.) de los Qin tenía que leer diariamente cincuenta y tantos kilos de documentos.
Los boshu o libros de seda
Gracias a las inscripciones oraculares sabemos que ya en la dinastía Shang la industria de la seda estaba bastante desarrollada. De hecho, la seda es un soporte de la escritura tan antiguo como las tablillas de bambú. Así lo testimonian las abundantes referencias al respecto que figuran en los libros antiguos. Yanzi (¿ – 500 a.C.) decía en su libro de historia que el príncipe Jin de Qi (¿ -- 490 a.C.) había mandado escribir en seda la orden de conceder 17 distritos a su ministro Guan Zhong. Al iniciarse el Período de los Estados Combatientes, el Mozi se refiere en varias ocasiones a los libros de seda. En las postrimerías de la dinastía Han del Este, los soldados del ejército dirigido por Dong Zhuo tomaron la capital y saquearon y destruyeron los libros de la corte, quemando como leños tablillas de bambú y de madera, y haciendo con las sedas escritas tiendas de campana, toldos para carruajes, mochilas, etc.
La seda tiene muchas ventajas con respecto al bambú y la madera. En efecto, no sólo es ancha, ligera, suave, fácil de desplegar y conservar, sino también muy idónea para escribir y, sobre todo, para dibujar y pintar. Pero debido a su escasa producción y a su elevado coste, su empleo quedaba limitado a los círculos de intelectuales, por lo que el libro de tablillas mantuvo su primacía frente al de seda hasta la aparición del papel.
Con el paso del tiempo, los libros de seda se hicieron cada vez más refinados. En tiempos de los Han, se empezó a fabricar un tipo de seda especialmente para escribir. La seda más corriente, con un marco rojo o negro que señalaba los márgenes, tenía 73 centímetros de ancho. Si la seda era larga, se escribía en ella un libro entero e incluso dos, separados entre sí por determinados signos. El libro de seda se plegaba para guardarse, pero también podía enrollarse, como el de tablillas. Por eso los dos tipos de libros estaban compuestos por rollos y la palabra juan pasó a ser el clasificador de los libros antiguos.
Los escritores antiguos no nos dejaron información detallada y precisa sobre los libros de seda. Los primeros ejemplares se descubrieron en 1972 cerca de Changsha (capital de Hunan), concretamente en la tumba de la esposa del marqués de Dai, de la dinastía Han, que según las pruebas realizadas con el carbono 14 data del siglo II a.C.; al año siguiente también se hallaron libros de seda en la tumba de dicho marqués y en la de su hijo, ambas del año 168 a.C. Este descubrimiento supuso una cosecha abundantísima desde el punto de vista arqueológico, histórico y científico. En efecto, los escritos y objetos desenterrados son testimonios de inmenso valor que reflejan la situación económica, política y militar, así como el desarrollo de la filosofía, la historia y las ciencias naturales en los primeros años de la dinastía Han. Para lo que ahora nos interesa, hablaremos brevemente de los libros, los mapas y los cuadros de seda. Además de 512 tablillas de bambú escritas, se hallaron veintitantos libros que contienen en total 120.000 caracteres. Entre ellos figuran títulos tan importantes como el Laozi, el Libro de las mutaciones y las Estratagemas de los Estados Combatientes, en versiones muy diferentes de las actuales. Algunos de estos libros no pudieron leerlos ni siquiera los contemporáneos de los difuntos, como Liu Xiang y Ban Gu. En un tratado de astronomía copiado hacia el año 176 a.C. se describe en detalle el movimiento de cinco planetas y los métodos astrológicos, lo que constituye un gran acontecimiento para la historiografía de esta disciplina. Los arqueólogos tuvieron la grata sorpresa de hallar un mapa de despliegue militar, un plano de un distrito de la provincia de Hunan y un mapa topográfico de ocho distritos, reproducido en una tela de seda cuadrada de 96 centímetros y cuya escala es de 180.000:1, en el que aparecen los principales ríos, montañas y ciudades. Estos tres mapas son los más antiguos no sólo de China, sino también de todo el mundo.
En la primera y la tercera tumba se hallaron dos cuadros idénticos titulados Vestido volante. El de la tercera tumba tiene 2,33 metros de largo, 1,41 de ancho en la parte superior y 0,5 en la inferior; el de la primera mide 2,05 metros de largo, 0,92 de ancho en la parte superior y 0,477 en la inferior. En ambos se representan tres mundos diferentes: el paraíso, un mundo de pura fantasía al que aspiraban a ascender los espíritus de los difuntos; el mundo humano, una combinación de realidad y fantasía; y el mundo subterráneo. Los elementos legendarios, fantásticos y realistas se amalgaman de modo magistral, pericia que evidencia el elevado nivel alcanzado por la pintura en tiempos de la dinastía Han del Oeste.
Los shijing o clásicos grabados en piedra
Como decíamos anteriormente, durante el siglo V a.C., esto es, en el Período de los Estados Combatientes, un príncipe de la dinastía Qin mandó inscribir sobre diez piedras otros tantos poemas que relataban sus cacerías en tono encomiástico. Esas piedras no fueron las únicas. Tras la fundación de dicha dinastía, el Primer Emperador viajó constantemente por el país y en siete lugares hizo grabar sobre piedra breves textos referentes a sus inspecciones, con el propósito de dar a conocer su autoridad e influencia. Algunas piedras talladas en la montaña de Langya (provinvia de Shandong) siguen aún en pie, tras soportar durante más de 2.000 años la erosión eólica y solar. Esa tradición se desarrolló bastante en la dinastía Han. Cuando moría una persona pudiente, solía erigírsele una estela funeraria con inscripciones laudatorias. Después de ganar una batalla, los vencedores acostumbraban a hacer inscribir sus hazañas en lápidas para colocarlas en los lugares más concurridos. Al concluir una obra importante, se levantaba un monumento en el que se describían su finalidad, su significado y la fecha de su inauguración. Se llegó incluso a grabar inscripciones en acantilados. Todas estas inscripciones en piedra no constituían sino pequeños textos que no alcanzaban la categoría de libro.
En el año 175, la dinastía Han del Este (25–220) reunió a un grupo de prestigiosos eruditos para que revisasen minuciosamente el Libro de documentos de la antigüedad, el Libro de los Cantos, el Libro de las mutaciones y otros cuatro clásicos. Cai Yong, uno de los calígrafos más destacados de la época, transcribió con el pincel estas siete obras clásicas en 46 lápidas, las cuales posteriormente fueron grabadas por escultores. Puede afirmarse que estas lápidas contenían los clásicos grabados más antiguos de China. Desgraciadamente, sólo nos han llegado en fragmentos.
Cumpliendo una orden imperial, en el siglo III los escultores del reino de Wei reprodujeron en piedra el Libro de documentos de la antigüedad, los Anales del Período de Primavera y Otoño y el medio libro de la Historia crítica del Período de Primavera y Otoño de Zuo Qiuming. Estos shijing, sin embargo, desaparecieron después de la dinastía Tang. Durante el reinado del emperador Weizong, de la dinastía Tang (827–840), se grabaron doce clásicos en lápidas conservadas intactas en el Museo de Shan’xi, situado en la milenaria ciudad de Xi'an. En dinastías posteriores también se realizaron reproducciones de los clásicos confucianos en piedra, pero sólo han llegado íntegramente hasta nuestros días las lápidas labradas durante el reinado del emperador Qianlong de los Qing (1736–1795), las cuales se exhiben en el Museo de la Capital de China.
Antes de la invención de la imprenta, durante mucho tiempo los clásicos grabados en piedra sirvieron de textos canónicos a los letrados, quienes los copiaban a mano para fomentar su difusión o cotejar sus copias. Pero por diversos motivos históricos, el grupo de personas instruidas que acudían a copiar estos textos era muy reducido, circunstancia que probablemente indujo a idear en el siglo V un método para calcar o estampar estos clásicos en papel. El método en cuestión consistía en desplegar hojas de papel humedecidas sobre las lápidas con inscripciones, golpearlas suave y repetidamente, y aplicarles tinta. Como los trazos de los caracteres chinos están tallados en hueco, las correspondientes partes del papel no se impregnaban de tinta, sino que quedaban en blanco. Este ágil procedimiento de transcripción, del que derivaría el grabado en planchas de madera o xilografía, parece constituir el primer paso hacia la invención de la imprenta.
Los zhixie ben o libros de papel
Con la invención del papel se creó un importantísimo soporte para la escritura, ya que este material posibilitó la aparición y el desarrollo de la industria editorial, lo que a su vez contribuyó a la difusión de la cultura. China fue el primer país que fabricó papel. El primer país extranjero beneficiario de este invento fue Corea, que más tarde lo exportó a Japón. Los comerciantes y diplomáticos que recorrían la célebre Ruta de la Seda hicieron llegar el papel al mundo árabe. En 751, el ejército de la dinastía Tang, dirigido por el general Gao Xianzhi, atacó un país árabe pero fue derrotado. Algunos soldados chinos apresados enseñaron a los árabes el arte de fabricar papel. En su obra "La India", un escritor árabe viajero del siglo XI afirmaba que fueron los prisioneros chinos quienes habían introducido la técnica de fabricar papel en la ciudad de Samarcanda (actual República de Uzbekistán). Efectivamente, allí fue donde se construyó la primera fábrica de papel fuera del territorio chino. Más tarde, la nueva técnica llegó sucesivamente a Bagdag, Damasco, El Cairo y Marruecos. En estos lugares se fabricaban grandes cantidades de papel, producto que se convirtió en una de las principales exportaciones a Europa. A principios del siglo VIII, los musulmanes conquistaron la península Ibérica y establecieron fábricas de papel a lo largo de su costa mediterránea. El uso del papel contribuyó a la civilización del Viejo Mundo y, sobre todo, a su Renacimiento.
¿Cómo apareció el papel en China? Los hallazgos arqueológicos demuestran que a finales de la primera mitad de la dinastía Han del Oeste (aproximadamente en el siglo I a.C.), ya se producía un tipo de papel con fibras vegetales. Pero debido a su mala calidad, este rudimentario papel no servía para escribir. Según la Historia de los últimos Han, el eunuco Cai Long (¿ - 121), encargado de la fabricación de los objetos que usaba el emperador, procedió a sintetizar las experiencias de los antepasados, perfeccionó las técnicas tradicionales y, utilizando fibras vegetales, elaboró un papel idóneo para escribir y pintar. El uso de este tipo de papel, que más tarde fue denominado “papel del marqués de Cai”, se extendió rápidamente por todo el país. En tiempos del emperador An, de la dinastía Han del Este (102–125), un erudito y calígrafo llamado Cui Yuan escribió una carta a un amigo en la que, entre otras cosas, le decía: “Te regalo este libro de diez folios titulado Xuzi. Debido a mis apuros económicos, no he podido escribirlo en seda y he tenido que usar papel”. Esta carta testimonia que, no mucho después de la aparición del “papel del marqués de Cai,” en los medios intelectuales circulaban libros enteros escritos en papel. No obstante, éste desempeñaba una función secundaria en los organismos gubernamentales, cuyos documentos y correspondencia oficiales se redactaban mayoritariamente en seda o en tablillas de bambú. Gracias a las constantes innovaciones tecnológicas, a la mejora incesante de su calidad y a su bajo coste, el papel acabó imponiéndose a las tablillas y la seda. Cuando el emperador Huan Xuan subió al trono (año 369) prohibió utilizar tablillas para escribir documentos oficiales y ordenó usar el papel en su lugar, lo que contribuyó a la proliferación de libros escritos en este soporte. La Historia novelada de los tres reinos, obra de escritores de la dinastía Jin, es el libro más antiguo escrito en papel que se ha conservado hasta nuestros días.
La copia de libros a mano alcanzó un auge sin precedentes en la época comprendida entre las dinastías Sui y Tang, es decir, entre los siglos VI al X, a pesar de que la invención de la imprenta se produjo en tiempos de esta última.
De todos es sabido que durante la dinastía Tang China experimentó un gran florecimiento económico, comercial y cultural, y su literatura vivió una edad de oro. En el inmenso mercado del papel la demanda era muy elevada y la industria papelera se desarrolló a gran velocidad. La nueva tecnología permitía producir una gran variedad de productos, mejorar su calidad y perfeccionar la encuadernación. Por otra parte, los gobiernos dinásticos, que atribuyeron gran importancia a la protección de los libros antiguos, ordenaron recoger y coleccionar libros que circulaban entre el pueblo y establecieron organismos especiales encargados de verificarlos, revisarlos y copiarlos para guardarlos de manera adecuada. Entre el pueblo se incrementó el número de escribanos profesionales que vivían de su trabajo y las colecciones particulares fueron cada vez más numerosas. Otro factor importante que contribuyó a la reproducción de textos en la dinastía Tang fue la introducción del budismo en China en un ambiente de libertad de cultos. Se construyeron monasterios en todo el país y no pocos sacerdotes budistas se dedicaron a reproducir textos canónicos. A principios del siglo XX, se hallaron en Dunhuang (provincia de Gansu) decenas de miles de libros copiados, la mayor parte de los cuales son textos budistas.
Formas de encuadernación
Sería interesante hablar de las diversas formas de encuadernar los libros de papel. Los libros de seda se encuardenaban enrollándolos en un carrete de bambú o de madera. En un principio, los libros de papel se encuaderon siguiendo el mismo procedimiento, es decir, aglutinando todas sus hojas y enrollándolas en torno a una varita. Esta fue el sistema más usual entre los siglos VI y el X.
El papel para imprimir libros solía medir 33 centímetros de ancho y su longitud estaba condicionada por el contenido de la obra. Para un libro corto, se utilizaban unas cuantas hojas de papel cuya longitud total no superaba los dos metros. También era frecuente copiar varios textos breves en una tira de hojas, pero un libro voluminoso podía alcanzar los diez metros de largo.
La costumbre de escribir de derecha a izquierda permitía enrollar todo un libro en sentido contrario en forma de tira, de modo que el inicio del libro quedaba en la parte exterior del rollo. Para proteger la parte exterior de cualquier resquebrajadura, solía pegársele una hoja de papel en blanco, una tela o un brocado de seda, en la mitad de la cual se amarraba un cordón para atar todo el rollo. En el extremo inferior del carrete se colocaba un marcador en el que se escribían el título de la obra y el número del rollo. Además de facilitar el enrollamiento, el carrete, unas veces de bambú o de madera, pero otras de marfil, jade o de lapislázuli, servía de adorno.
La calidad del carrete, del cordón y del marcador distinguían las diversas categorías de libros. Por ejemplo, en tiempos del emperador Xuanzong, de la dinastía Tang (712-756), los libros coleccionados por la corte se clasifican en cuatro tipos (clásicos, históricos, filosóficos y literarios), cuyos carretes, cordones y marcadores se diferenciaban por su material y color.
Todo libro con líneas de demarcación en cada página comenzaba con el título del primer capítulo, el número del rollo y el título de la obra. A veces, al terminar un capítulo aparecía el nombre del escribano y la fecha de la copia, y al final, el nombre del decorador y el del revisor. Gracias a los fragmentos de las Analectas de Confucio con las glosas del señor Zheng hallados en 1869 en una tumba de la dinastía Tang situada en Tulufan (Xinjiang), sabemos que la copia de esta obra fue hecha en 710 por un escribano llamado Pu Tianshou, quien a la sazón tenía la misma edad que un escolar de los de hoy en día.
El florecimiento cultural que se produjo en las dinastías Sui y Tang aceleró la proliferación de los tipos de libros y la multiplicación de su número. Al mismo tiempo, los exámenes imperiales para ingresar en el cuerpo de funcionarios indujeron a más y más miembros de los estamentos sociales inferiores a estudiar los clásicos confucianos, de modo que la encuadernación en rollo, cuya mayor desventaja era la dificultad de hojear el libro, no permitía satisfacer la creciente demanda. Además, con este sistema de encuadernación, si se quería leer la última parte del libro había que abrirlo desde el principio; y cuando se trataba de gruesos libros de consulta los inconvenientes eran aun mayores. Para solventar tales dificultades, se idearon nuevos procedimientos de encuadernación consistentes en plegar todo el conjunto de papeles y colocar como cubiertas una hoja en el comienzo y otra en el final. Esta innovación supuso un importante paso en la evolución de la encuadernación hacia su forma actual.
A fin de evitar que en el momento de abrir el libro las hojas dobladas se soltaran, la primera y la última página se pegaban en un papel grande, de suerte que el libro pudiera hojearse tanto por delante como por detrás. El inconveniente de este nuevo tipo de encuadernación, que recibió el nombre de “torbellino de viento”, era que los pliegues de las páginas se rompían fácilmente. La encuadernación de hojas de pequeño tamaño había aparecido en el siglo X junto con la xilografía. El nuevo método consistía en doblar las hojas por la página escrita y aglutinar los pliegues en la mitad de un papel grande. El libro así encuadernado se abría de manera semejante a como la mariposa despliga sus alas, razón por la cual ese procedimiento de encuadernación fue denominado “de mariposa”.
En la dinastía Yuan (1271–1368) se introdujo una pequeña modificación: las hojas se doblaban por la página no escrita y se pegaban por los pliegues sobre un papel grande que formaba el reverso del libro. Pero en la dinastía Ming (1368 –1644) todos los sistemas de encuadernación anteriores fueron sustituidos por el consistente en numerar y superponer las hojas que componían el libro, practicar varios orificios en sus bordes, pasar uno o dos hilos a través de ellos y, por último, anudar fuertemente los hilos. Este sistema de encuadernación es fundamentalmente el mismo que el empleado hoy en día.
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