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domingo, 16 de enero de 2011

(DERECHO INDIANO) APARTADO "LA DELINCUENCIA NEGRA" por MARCELA ASPELL

"La luz que distingue los colores. El trabajo esclavo en la primera mitad del siglo XIX" es el trabajo realizado por la Doctora Marcela Aspell y que oportunamente fue publicado en el Cuaderno de Historia del Instituto de Historia del Derecho y  de las Ideas Políticas "Roberto I. Peña", en su edición N° 19 (2009), y respecto de dicho trabajo hemos seleccionado el apartado 9, denominado La delincuencia negra, y que esperamos que aproveche.

9. La delincuencia negra
Frecuentes robos y asaltos que comprendían sustracciones de ropas, enseres, utensilios y herramientas del taller que los empleaba, esporádicos hurtos de mulas o caballos, peleas a cuchillo, a porra o a simple puñetazo, lesiones y hasta algún homicidio, o su tentativa, contra el amo o patrón, fugas de los conchabos, insolencias, injurias, etc., son los delitos más frecuentemente cometidos por las gentes de color en ocasión de la prestación del trabajo.
Menudeó el abuso de las armas entre morenos pardos y mulatos, quienes a juzgar por las crónicas y denuncias de la época se alcoholizaban con frecuencia 133
Ya en 1811 el Cabildo de Buenos Aires atribuyó el origen de los hechos de sangre acontecidos en la ciudad, a la abundancia de “palos y macanas” que empleaban los morenos. Esta situación trató de corregirse en 1812, prohibiendo el Triunvirato a los negros “poder cargar ninguna arma, incluso la navaja, macana o palos de la clase que fuesen” 134 por la frecuencia y decisión con que los empleaban, provocando toda suerte de problemas.
Las crónicas policiales revelan una y otra vez cómo por diferencias de poca monta, se enfrentaban entre sí con arma blanca pardos y morenos, o desafiaban a amos y empleadores, cuando no los atacaban con singular brío 135.
La holganza, esa sombra tan temida, unida a la ebriedad y el juego predominó en los negros con tal empeño, que alcaldes y tenientes fueron frecuentemente apercibidos sobre el rigor que debían imponer en los castigos.
¿Respondía su holganza a la privación de incentivos que proporciona la falta de autonomía y libertad? No podemos saberlo pero un agudo observador, testigo de la época apunta: “Como esclavos había un buen número de indolentes, empecinados, o como los llamaban sus amos, arreados que cambiaron completamente de carácter y se hicieron industriosos y listos cuando les sonrió la libertad” 136.
También Wilde refiere la decidida inclinación al alcohol que cultivaban los morenos, aunque puntualiza que rara vez se veía un negro en completo estado de ebriedad 137 “como también su empecinada indolencia que los inducía a permanecer por horas sentados al sol, decididos partidarios del mate que tomaban con avidez de cualquier hierba que fuese. Muchos fumaban chamico, que ellos llamaban pongo y bien pronto sentían su efecto estupefaciente dormitaban contemplando sin duda visiones de la madre patria, olvidando por algunos instantes su triste situación” 138.
El control de la vagancia se ejercitó también sobre la raza de color. Una circular del jefe de Policía dirigida a todos los comisarios de la ciudad, dispuso en 1831 que todo esclavo o liberto que transitara por la ciudad llevase un boleto de su amo acreditando su calidad de tal, visado por el juez de paz de la parroquia respectiva, so pena de ser equiparado a la calidad de “vago” 139.
Transgresores de esta orden se cuentan por cientos en los años siguientes. Las órdenes de prisión se detienen con frecuencia en los casos de negros sorprendidos “sin pasaporte ni resguardo”, encontrados “a deshoras en la noche sin documento de ocupación”, detenidos “por no tener papeleta de enrolamiento ni conchabo”, “andar prófugo de su amo”, “huido del taller”, “por cargar sin medalla y no tener papeleta de cortador”, “por comerciar con ropas que no supo explicar”, etc. 140.
Juegos de taba, pato, pelota, gallos, naipes, dados, etc., atrajeron tanto a mocetones blancos y mestizos como a pardos y mulatos, que con gran facilidad olvidaban sus trabajos para correr tras las delicias del ocio que amparaban las pulperías, canchas de juego, esquinas, montes y baldíos de la pequeña ciudad.
Negros y mulatos arrestados por jugar al “pato” por las calles, los hay por decenas entre los años 1820 a 1840. A juzgar por los partes policiales, los equipos se integraban tanto con gentes de castas como por blancos.
En cuanto a los robos, su frecuencia y la cuantía, calidad y características de los objetos robados, los expedientes policiales proporcionan un parejo informe: el robo no pasa, generalmente, de prendas de ropa, objetos domésticos, animales, artículos alimentarios, una pequeña suma de dinero, alguna alhaja.
Pocos son los que, como el negro Julián Pastor, hurtan a su patrón Manuel Tabares un caballo con apero completo y estribo de plata o resuelven la venta de bolsas de trigo del que tenían encargado limpiar, como efectúan en 1827 los negros Francisco García y Manuel Ansoategui, conchabados en la chacra de Miguel Zerino y quienes aprovechan un descuido de éste para vender el trigo cuya limpieza les ha confiado 141.
En 1848 se detiene al negro Antonio Segundo por “vehementes sospechas” de haber robado a su patrón, el alcalde del Cuartel 31o, Antonio Tejerano, “un gallo inglés de mucha estimación”.
Sucedió que el empleador había despedido al negro “dándole expresa orden de que no volviera a pisar su casa y que el negro se le introdujo furtivamente con un bulto debajo del brazo, habiéndolo visto su dependiente José Biral. V.E. verá que el negro no niega esa circunstancia sino que dice que entró a sacar unos trapos que había dejado olvidados... y el gallo se fue con él” 142.
Escasas son también las denuncias de participación colectiva del negro en la comisión de delitos. Y aunque es frecuente la reunión de morenos holgazanes en grupos ruidosos, no existe mayor número de constancias sobre bandas de negros. No faltan referencias empero, sobre alguna de ellas, como la que actuó en el Partido de Chascomús en 1840, asaltando varias propiedades 143, en ocasiones... disfrazados de mujeres 144.
La comisión de algunos delitos cometidos por morenos conchabados merece una mención especial, por los detalles pintorescos que los circundan.
Tal es el caso de la morena Carmen Paso, arrestada por haber robado la ropa que vestía su patrón, don Carmelo Navarro, a quien desnudó, mientras éste dormía pacíficamente la siesta 145.
Igual pericia demuestra el esclavo Ramón, quien trabajaba en el taller de su amo, maestro artesano dorador de sillas, el que después de transcurridos varios años de servicio logra identificar al ladrón de sus sillas que una vez “doradas” desaparecían misteriosamente... advirtiendo recién la conducta de su sirviente, cuando ya había alcanzado éste, el récord de 92 piezas robadas 146.
La inclinación por la magia, la superstición y el curanderismo fueron características en las gentes de color. Observaba “Un Inglés”: “Los negros tienen gran confianza en toda clase de bebedizos para curar las enfermedades: aplican una vaina de alverjas para curar el dolor de cabeza, otra para el dolor de muelas, etc.. También llevan colgada del cuello una cruz envuelta en una pieza de cuero en la forma de una de esas carteras de tafilete que se venden en Londres; esto es un escapulario” 147.
Aun así, negros curanderos, médicos brujos y hechiceros no parecieron abundar, o quizá llevaran adelante sus empeños con prudente recato, porque las órdenes de detención dictadas sobre quienes ejercían dichas labores, con excepción de aislados casos, no abundan en los archivos policiales.
Las escasas denuncias referidas al tema, se refieren a hechos tales como los que se imputan al negro Tomás Moreno, detenido el 16 de diciembre de 1835: “Por haber suministrado a varios enfermos, medicinas preparadas, supuestas y peligrosas, aparentando ser médico o curandero” 148.
Pero no fue ésta la única vez que Moreno vio interrumpidas sus prácticas. A la sombra de un vigilante Esculapio, nuevos arrestos le aguardaban, y es así como el 19 de octubre de 1842 ingresa por segunda vez en jurisdicción de la Comisaría Tercera, de donde es remitido a la Cárcel Central, esta vez en compañía de José Bayo, acusados ambos: “de curar el daño a personas enfermas, haciendo entender que son Brujos” 149.
Durante el período rosista, la omisión del uso de la divisa federal, las rebeldías e injurias a la “Santa Causa” o la falta de adhesión pública al Restaurador fueron nuevas causas de detención de negros y libertos 150, o motivos de denegación de solicitudes de empleo, como le ocurrió al liberto Eustaquio, que aspiraba en 1838 al puesto de peón de limpieza del cementerio, y vio frustrado su propósito “por no ser de ningún modo conocida su adhesión a la Santa Causa” 151.
 En toda la época patria, las fugas se multiplicaron con una frecuencia tal, que obliga a descontar el indudable amparo con que contaban, en ocasiones, los que huían, proporcionado tanto por hombres de color como por blancos que entusiasmaban a los esclavos con promesas de un presente más halagüeño y aprovechaban su fuerza de trabajo.
Las denuncias de los abandonados amos que no tardan en descubrir el nuevo paradero de su fugado capital, y acusan al seductor, inundan prácticamente los archivos policiales 152.
Lo cierto fue que en la represión de los morenos, las partidas celadoras no se demoraron en minucias y no vacilaron en arrestar a toda la morenada que juzgaron comprometida en la comisión de algún escándalo o delito.
En 1831, cuando el comisario de la Sección Tercera detiene a Manuel Fleites y Rosario Sánchez por protagonizar una pelea a cuchillo, se lleva, sin dudar un instante, a todos los que en el almacén de Ruiz, escenario de la riña, habían presenciado el lance “sin haberlos desapartado”.
La lista de espectadores apresados suma diecisiete negros y mulatos incluidos el propietario del establecimiento y tres dependientes 153.
Igual criterio fue empleado en los velorios públicos, desautorizados por la Policía, que se convertían en ruidosas y alcohólicas reuniones que capitalizaban las “sociedades” y cuyos fastos se extendían varios días y sus noches 154.
Deudos, amigos, compañeras y lloronas componían los pintorescos cortejos, que los jefes policiales trasladaban para la instrucción del sumario y cuyo coro de ayes, protestas, lamentaciones, injurias, maldiciones y otros agudos denuestos, convertirían las comisarías en verdaderos infiernos, como el que debió soportar el comisario de la Cuarta Sección, al arrestar a los miembros de la Sociedad Mongo, presentes en un velorio, hasta que, no tolerando más tal barahúnda, encerró a los detenidos en un corral vecino, imponiéndoles el castigo de limpiarlo 155.
Fue frecuente que los amos, cansados de lidiar con sus esclavos o francamente desalentados de sus infructuosos empeños para corregir sus faltas, acudieran a la Policía, entregando a los rebeldes para que ésta procediera según su mejor parecer, empleándolos en trabajos públicos y hasta en el servicio de las armas.
Tal es la suerte que corren los morenos José Félix y Francisco Britain quienes, “a pedimento de su ama por faltas cometidas en el servicio”son entregados al comisario de la Segunda Sección 156. También Josefina Leites acude a la Policía cuando se declara impotente para domeñar a su esclavo Francisco, a quien entrega a las autoridades 157. Y alguna vez ocurrió, que tomando conocimiento la Policía de las picardías de un esclavo cometidas en ausencia de su amo, procedió por decisión propia, como sucedió cuando el negro Antonio Segur se “largó a andar por las calles como libre... habiendo tenido la osadía al
mismo tiempo de tener oculta en la casa de su amo una criadita de color, Eufrasia, con la que andaba en malas juntas” 158.
Empero, el idilio no pudo prolongarse, porque apercibido el jefe de Policía, mandó rápidamente detener al negro, enviándolo sin mayor trámite a los trabajos públicos “por todo el tiempo hasta que su amo lo reclamase y si no lo reclama que continúe allí, hasta que se componga” 159. 
Tampoco faltaron los amos decididos que arbitraron justicia por mano propia y resolvieron enderezar las faltas y entuertos de sus esclavos o empleados negros con rotundas reprimendas, como las que no vaciló en aplicar el vecino José Rodríguez Bastos, con singular contundencia sobre su esclavo Joaquín para corregir -dijo- “sus variados vicios y permanente holganza”. Tal empeño en los castigos y tantos escándalos del castigado, motivaron la intervención del asesor, quien en 1834 amonestó severamente al propietario del esclavo, recordándole que era ésta la cuarta vez que intervenía y que de existir una próxima, ésta se resolvería con la venta del mulato 160.
Por su parte, el 5 de noviembre de 1831 eran remitidos presos José A. Garro y Domingo Oliver, el primero por la “terrible azotaina” que proporcionara a la morena María Martínez, esclava de su propiedad, en tanto su compañero de cautiverio, había sido arrestado por el novedoso método con que pretendió castigar las faltas de su esclavo Félix y que consistía en convidarlo a fumar... un cigarro cargado previamente con pólvora, quemando el tiznado rostro del moreno 161. 
Pero tanto éstas, como las denuncias formuladas contra Cornelio Zelaya “por su crueldad y escándalo con que trata a su liberto Pedro de 13 años de edad” 162, como los expedientes iniciados con asistencia del defensor oficial contra Justino Varela y Joaquín Arana 163 por motivos similares y la causa abierta contra Martín Souza por los “horrorosos castigos que aplica a sus esclavos con hierros rojos” 164, no pasaron de ser raras gemas que brillan hoy en los archivos por contraste con las bondades de una difundida familiaridad cristiana en la relación de amos y esclavos.
Del general buen trato dispensado a los esclavos de Buenos Aires dan cuenta una infinidad de testimonios. Quizá nadie tan ilustrativo como “Un Inglés”, quien de sus cinco años en Buenos Aires recordaría con agrado: “Es conocida la humanidad de los españoles hacia sus esclavos; en Buenos Aires son muy bien tratados. Las mujeres esclavas ocupan un lugar que más parece de amigas que de esclavas o sirvientas. Acompañan a sus señoras cuando salen éstas de visita, y se sientan en el suelo de la sala para esperarlas, presenciando los bailes que a menudo se realizan entre los miembros de la familia. Este roce trae como consecuencia que las muchas esclavas sean corteses y pulidas, imitando a sus superiores. Las he visto bailar el minueto y la contradanza española con mucho gusto. Los esclavos del sexo masculino son tratados con análoga bondad, siempre que lo merezcan: es altamente honroso y estimable encontrar tanta bondad entre los amos”165.
El mismo parecer exhibió Beaumont: “El trato que se da a los esclavos en Buenos Aires es muy benigno. No son empleados en ningún trabajo fuerte y se ocupan principalmente de trabajos domésticos como cocineros y lavanderos, hacen la limpieza de las casas y sirven a la mesa. Las mujeres esclavas son tratadas con gran bondad por sus amas jóvenes y en realidad no tiene mucho que hacer como no sea acompañar a las señoras a la iglesia y esperarlas, cebar mate y desempeñar otros trabajos livianos de la misma naturaleza. Siempre se las ve felices y contentas y son tratadas como pudiera ser tratada una sirvienta libre” 166; en tanto el British Packet se detuvo en alguna oportunidad en destacar los atuendos de las esclavas “engalanadas con medias y velos de seda” que acudían a los jubileos públicos a la par de sus amas 167. 
Hasta el severo Miers sostuvo el mismo criterio aunque encontró la excepción en el maestro de posta de Barranquitas, el cual: “... a pesar de ser un hombre bondadoso con su familia y amable con los paisanos de los alrededores es un tirano con sus esclavos. Es ésta una de las pocas excepciones que conozco, a las costumbres generales de los criollos, quienes tratan a sus esclavos con la misma bondad y consideración que el resto de sus familias. Cuando en 1819 pernocté aquí fui despertado de madrugada por los alaridos de una esclava negra que recibía de manos de aquél los más crueles azotes, y cuando volví a pasar en 1825, su mayordomo, esclavo también, había quedado tan estropeado por los azotes que le había propinado su despiadado amo que debía caminar apoyándose en una muleta” 168.
El relato parece haber constituido una excepción, Vicente Gil Quesada refiere, las relaciones humanitarias que existían entre los amos y los esclavos que se convertían en afectuosas en la cotidianeidad de las relaciones domésticas. “Servían es cierto para enriquecer al amo pero generalmente éste les concedía horas libres para que trabajasen en provecho propio y formasen un pequeño peculio. Hubo excepciones y ello no admite la mínima duda, fueron alguna vez maltratados,pero la autoridad intervenía y el esclavo era vendido a un amo más humano” 169.
LLAMADAS
133 APF, L. XXIII, Fo 368. También en Félix DE AZARA, Viajes por América Meridional, Madrid, Espasa Calpe, 1923, t. II, p. 159.
134 AGN, Sala X, Policía, 32-10-2.
135 APF, L. XXVIII, Fo 44.
136 WILDE, op. cit., p. 133.
137 WILDE, op. cit., p 133.
138 Idem.
139 APF, L. XLVI, Fo 25.
140 APF, L. LII, Fo 24.
141 APF, L. XXIII, Fo 55.
142 AGN, Sala X, Policía, 34-1-2.
143 APF, L. CXIX, Fo 24.
144 APF, L. XXVII, Fo 158.
145 APF, L. LI, Fo 109.
146 APF, L. LXVIII, Fo 84.
147 “Un Inglés”, ob. cit., p. 87.
148 APF, L. LXXX, Fo 68.
149 APF, L. XXXVIII, Fo 146.
150 APF, L. CXVII, Fo 90.
151 APF, L. CX, Fo 48.

152 APF, L. CXXX, Fo 142, L. XCIV, Fo 128, L. CXXII, Fo 206.
153 APF, L. LI, Fo 87.
154 APF, L. CLXXIV, Fo 37 y L. CXII, Fo 29.
155 APF, L. XXIV, Fo 42.
156 APF, L. CXX, Fo 116.
157 APF, L. XVI, Fo 49.
158 APF, L. II, Fo 252.
159 Ibídem.
160 APF, L. CXIV, Fo 78.
161 APF, L. LI, Fo 133.
162 APF, L. LXIX, Fo 74.
163 APF, L. XL, Fo 51.
164 APF, L. LXII, Fo 84.
165 “Un Inglés”, ob. cit., p. 86.

166 J. A. B. BEAUMONT, Viajes por Buenos Aires, Entre Ríos y la Banda Oriental,Buenos Aires, Solar Hachette, 1957, p. 92.
167 The British Packet. De Rivadavia a Rosas, 1826-1832, Buenos Aires, Solar Hachette, 1776, p. 146.
168 John MIERS, Viaje a la Plata, 1819-1824, Buenos Aires, Solar Hachette.
169 Vicente G. QUESADA, op. cit., p. 79.



Foto extraída del sitio: http://ethiopia.limbo13.com/wp-content/uploads/2008/04/windowslivewriterspanishpasadooscurospanishenglishdarkpas-113a6figari-9e29c7bd-aefe-4df0-9700-8da2b8a33aa31.jpg

3 comentarios:

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